Hoy entrevistamos a Miguel Pasquau Liaño. Miguel, aparte de ser Magistrado del Tribunal Superior de Justicia de Andalucía y Profesor de Derecho Civil en la Facultad de Derecho de Granada, tiene tiempo para ejercer de novelista y escribir casi a diario en su blog: Es peligroso Asomarse (www.miguelpasquau.es) del que somos fieles seguidores. Aquí os dejamos estas interesantes y simpáticas respuestas que son objeto de reflexión por nuestra parte:
1. ¿Cuánto de literatura hay en un magistrado?
La misma que en un corredor de seguros. La clave está en fugarse. La vida cotidiana está llena de grietas y trampolines hacia la literatura: una idea loca, un gesto llamativo, una mujer llorando sola por la calle, un acelerón al atardecer en una carretera vacía, una fotografía en tu álbum viejo de alguien que no recuerdas. Luego, para que esos impulsos conduzcan a algo más que a un sentimiento, es necesario sacudirse la pereza y tirar del hilo, desenredarlo, tener el tesón de no conformarte con los primeros hallazgos, y sumergirte cuanto más hondo mejor. El juez, en cambio, mira la realidad a trozos. Selecciona hechos relevantes para aplicar consecuencias jurídicas. Deja fuera todo lo accesorio. El tatuaje de la víctima, por ejemplo, casi nunca le sirve para la sentencia. Es un desperdicio. Pero si esos accesorios no los tiras a la papelera, sino que los guardas desordenadamente en cajones de por si acaso, quizás se mezclen unos con otros y compongan un monstruo o un héroe. Eso es la literatura, la vocación de construir hipótesis desde retazos de la realidad. La realidad de un juez, o la de un agente de seguros.
2. Lo de ser escritor te viene de familia... Entonces, ¿Un escritor nace o se hace?
Tengo la convicción de que todos los nacidos tienen una vocación artística. La música, por ejemplo. O la pintura. O la seducción. La escultura, el cine, el humor, la caricatura, el teatro. Y la literatura. Eso viene de nacimiento. Luego está la vida, que te pone delante a personas con talento y te hace querer imitarlas. En mi caso fue mi padre, mucho mejor escritor que yo. Si da la casualidad de que lo que quieres imitar coincide con lo que te viene de fábrica, entonces puedes tener la suerte de encontrarte con algo parecido a una afición. Y si esa afición la “trabajas”, si atraviesas desiertos y momentos en los que crees que eres un impostor o un iluso, puedes llegar a aproximarte a tus máximos. Los tuyos, los que sean: no estamos obligados a ser genios de nada, pero quizás sí tenemos el deber de invertir los talentos.
3. ¿Qué es más fácil empezar una novela o una sentencia?
Empezar una novela es fácil. Basta un impulso, una frase prometedora, una idea fuerte de esas que a veces nos convierten. Lo difícil es que tome cuerpo. Hay que abandonar muchas para que vaya apareciendo la buena. Las sentencias, en cambio, no puedes abandonarlas: está el plazo, y no puedes elegir el caso.
4. ¿Crees que los libros para entenderlos o amarlos tienen su momento? ¿Puede ser que un libro que ahora nos guste mucho al cabo de los años ya no nos guste tanto?
Claro que sí. Y lo contrario. A mí me felicitó un librero porque a los treinta y bastantes años le compré “Cien años de soledad” para leerlo yo, y no para regalarlo. Me dijo que era un afortunado por enfrentarme de nuevas a esa novela con esa edad. Mi padre escribió un artículo que se titulaba “El Quijote, no apto para menores”. Le ponía dos rombos, pero no por clasificación moral, sino porque cuanta más vida llevas detrás, más puedes disfrutarlo. Yo tengo la impresión de que estoy en un momento en el que puedo apreciar de verdad la lectura, casi todas las lecturas. Luego está el azar, el momento de tu vida, que puede acoplarse o no a lo que pasa en esa novela. Las buenas novelas tienen dos partes: una es la que está escrita, y otra la que es leída. Nunca coinciden. La lectura no es sólo recibir un mensaje. El buen lector está incesantemente reescribiendo. Los estados de ánimo y las situaciones vitales del lector marcan el tono de la novela que luego se recuerda.
5. ¿Y qué busca un escritor cuando escribe?
Esa es pregunta que alguna que otra vez es inevitable hacerse: ¿por qué y para qué te pasas tanto tiempo en un empeño de resultados tan inciertos… Por lo general es una prodigiosa enmienda o desmentido a una de las motivaciones más importantes de cualquier empresa, que es el dinero. El dinero mueve montañas, y el dinero mueve también editoriales, pero el escritor en su madriguera está buscando otra cosa. No quiero pensar en qué diría Freud, pero en mi caso hay, sobre todo, una afición: me entusiasma imaginar escenas, torcer la realidad, transmitir una emoción, pulir personajes, contar una historia que nunca jamás ha sucedido, y encontrar, de entre las muchas maneras posibles de decir algo, la más “exacta” y puntiaguda. Hay también algo que tiene que ver con la comunicación. Escribes para que otros lo reciban, y por eso tienes que buscar palabras que penetren. A mí, como lector, no me gustan los historiones mal contados: para eso, voy al cine.
6. Has escrito sobre el verano... ¿Y el invierno? ¿No se merece un libro?
Es que el verano dilata, y el invierno comprime… El tiempo, en verano, es ancho, y en invierno largo. Aunque es verdad, el invierno tiene también su dignidad literaria. La lluvia, por ejemplo, es evocadora, sobre todo si tú estás dentro y “tras de los cristales llueve y llueve”. O el viento frío en una noche de finales de enero, oscura y sin luces de navidad. Quién sabe, quizás de mayor sepa escribir una novela de invierno.
7. Para ti, que adoras el verano y vives en Granada... ¿El día que abren los italianos será un día importante del año?
Es como la antípoda de ese día ceniciento de la Virgen de las Angustias (que me perdonen sus devotos), en el que todo se clausura entre abrigos grises y colegio al día siguiente. Aunque yo no soy de helados, ni granadino, y en realidad el día que cambia el ciclo, para mí, es el domingo de Ramos. Pero me parece una genialidad empresarial que un comercio tan pequeñito como Los Italianos marque el calendario de una ciudad.
8. ¿Y cuál es tu sueño de una noche de verano?
He pasado un largo rato pensando esta respuesta. Imagino que el sueño comenzaría debajo de una parra, con estrellas y una buena charla. Pero, como es un sueño, la luna se estaría poniendo en el horizonte del mar, y se escucharían las olas, y al mismo tiempo los grillos a través de una ventana abierta en el campo. Andarían por ahí mis muertos con naturalidad, mezclados azarosamente unos con otros, charlando, riendo, añadiendo cosas a su vida ya extinguida. O no habría nadie, más que una mujer, pero entonces se agolparían todos los mejores momentos vividos con ella componiendo una especie de pequeña eternidad amorosa. Los sueños de verano no tienen límites, apuntan directamente a la felicidad más honda, y el de cada noche puede ser el sueño de tu vida. Pero hay que dejarse llevar.
9. Para terminar, ¿Nos puedes recomendar un libro? ¿Y un día del año?
Puedo decirte los que tengo ahora mismo encima de mi mesa, y sin orden: está “Desgracia”, de Coetzee; “La educación sentimental”, de Flaubert; “Elogio de la sombra”, de JunichiroTanizaki; “Amor, etcétera”, de Julian Barnes. “La corista y otros cuentos”, de Chéjov. Y, jajaja, “Las funciones no jurisdiccionales de los jueces en garantía de derechos”, de Sánchez Barrilao. Pero si miro atrás, a la estantería, nos pasaríamos una tarde hablando de libros y no sabría elegir uno. En realidad no hay que tener listas de 40 principales en literatura. Lo que hay que hacer es elegir con buen criterio y entregarte todo lo más que puedas al que estás leyendo.
¿Un día? Sin dudarlo: los cuatro días que van desde el 21 al 24 de junio. Desde San Luis hasta San Juan. Son el cénit, la plenitud del año. Jamás en mi vida he ido a una hoguera de san Juan, pero creo que la noche de san Juan concentra toda la fuerza de un año. Es una noche en la que nada está acabando. Otro momento de eternidad concentrada, como un mediodía de primeros de agosto.
(Fotografía de Juan Antonio Cervantes)
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