Es imposible no estar de acuerdo, en este tiempo de miedo a la pobreza, con un impuesto que rasque un poco más a las grandes fortunas. A los "ricos". Que los hay: gente que, no precisamente por haber "ahorrado", sino más bien por haber heredado patrimonio, influencias o prebendas, o por haber tenido la oportunidad de invertir y el acierto de no dilapidar, dispone de un patrimonio desproporcionadamente superior al que puede llegar a disfrutarse en una vida razonable. Eso es la riqueza para mí: acumular más allá de lo que uno es capaz de disfrutar. Da igual que el impuesto no sirva de mucho, o que los más ricos tengan siempre medio de escaparse por una grieta, aunque la grieta sea de pago. Al menos servirá como declaración de intenciones: estoy convencido de que si no recuperamos el sentido moral y político de los impuestos, estaremos definitivamente perdidos.
Aunque lo importante no es el impuesto sobre los ricos. Lo importante es que nunca aceptemos como inevitable la pobreza. Todos los discursos de brillantes economistas y analistas financieros deberían acabar rindiéndose, día a día, con la insoportable realidad del sufrimiento de tanta gente que no tiene la culpa de haber caído en el lado malo. Ese sufrimiento del Lázaro que se lame las llagas y come las migajas que deja caer Epulón debería ser la guía de todo proyecto político. Hay que conseguir que la riqueza produzca, al menos, una cierta mala conciencia, y para ello lo mejor es recordarla a quien no acostumbra a mirarla en su vida cotidiana.
Quienes vivimos entre la pobreza y la riqueza, tenemos al menos la obligación moral de aceptar, o más bien provocar, una conversación sobre ricos y pobres. Casi se nos había olvidado. Hay demasiados discursos que legitiman esa injusticia como inevitable. La única política que merece la pena es la que se empeña en no hacer inevitable la injusticia. Si no miramos de frente a la pobreza, nos estamos acomodando de lleno en el lado de los ricos.
Estamos contemplando la venganza del exceso.
(Paul Krugman) Premio nobel de economía.
La posición del medio tiene sus pros y sus contras.
Cuando hay revuelta en los extremos, los aplastados son siempre los del medio pero, también es cierto que estar ahí, teniendo siempre a los ricos por arriba , nos disculpa y exculpa de nuestra obligación con los de abajo.
A cada cual le corresponde su papel y ha de aportar lo que esté en su mano porque, para un pobre, un medio es rico.
Un beso