A los competidores electorales se les exige un programa bien definido, aunque es sensación común la de que esos programas existen, más que nada, para que no se les diga que no tienen programa. Pero hay algo que vamos teniendo claro: las razones para inclinar el voto apenas tienen nada que ver con los programas. Quizás no debería ser así, pero por lo general importa más la trayectoria, o una antigua y resistente afiliación ideológica, la credibilidad de los candidatos más significados o su capacidad de empatía.
Eso puede explicarse por una razón algo desazonadora: la impresión general de que no puede haber demasiadas diferencias entre la acción de gobierno de unos y otros, porque lo importante está en los entornos de dificultad que levantan obstáculos al voluntarismo político y los condicionantes que no dependen de una voluntad a corto plazo. Los márgenes son estrechos, el haz de intereses al que hay que atender impone resultantes parecidas, y la capacidad de modificar la realidad no sólo depende de la fuerza que se emplee, sino de la resistencia de la realidad misma. Y por eso en realidad al votar no se está eligiendo principalmente entre modelos de sociedad diferentes, sino en atención a razones ciertamente menos importantes: como no nos jugamos alternativas dramáticamente distintas, nos fijamos más en aspectos secundarios. Es como si eligiéramos en qué barca de la noria queremos montarnos (según su color, su posición relativa, su comodidad o su aspecto y los acompañantes), sin discutir el movimiento circular de la noria que a todos nos lleva.
Echo de menos (siempre ha sido así) que los candidatos, justo a continuación de exponernos cuáles son los puntos programáticos con los que quieren que los relacionemos (crecimiento económico, políticas sociales, regeneración democrática, renovación de élites, etc.), reflexionaran de manera clara sobre el entorno de dificultad para conseguirlos. Que nos digan si se sienten a gusto en esos entornos, o si tienen alguna intención de incidir sobre ellos. Que demuestren convincentemente que son conscientes de los obstáculos que van a tener que sortear. Que detallen cuánta fuerza van a poner detrás de la pancarta. La voluntad política es imprescindible, pero tiende a disolverse como el azúcar si no mide sus fuerzas con el disolvente. La ciudadanía está dispuesta a aceptar márgenes de incumplimiento, claro que sí, pero no acepta voluntades débiles o retóricas. Probablemente lo más importante, al menos para mí, no es lo que oigo que van a hacer, sino qué es aquello que de verdad preocupa más a unos y otros. Más que la coincidencia en las propuesta, me influye la sintonía con las preocupaciones.
Esos gráficos y esas cifras que se sueltan desde hace siglos PSOE y PP para demostrar que unos gobiernan mejor que otros no son convincentes, porque en sus complacientes explicaciones lo malo siempre se justifica con el contexto (o por la herencia recibida) y lo bueno siempre es por mérito propio. Los ciudadanos sabemos que por lo general, salvo algunas décimas, la tasa de crecimiento o decrecimiento, incluso el volumen de trabajo y paro, no depende de las medidas tomadas en una Legislatura, sino de ciclos económicos y políticas (internacionales) que se asientan durante decenas de años. Ese es el movimiento de la noria, que unas veces sube y otras baja. Si sus gráficos esconden a la noria, nos están engañando. Si hablamos del arte de lo posible, es decir, si hablamos de política, deberíamos hablar de vez en cuando de la noria. Si de verdad hubiera ambición política, se hablaría de vez en cuando de cómo se pretende corregir el eje de la noria, en qué dirección, con qué pesos y contrapesos, qué alianzas van a trabarse en Europa, qué objetivos a largo plazo, cómo vamos a combinar nuestra acción política con las determinaciones de ese enorme poder privado que es el capital acumulado y libre de fronteras. El problema es que hay empeños que no caben en una Legislatura: tratar sobre la noria es empeñarse en objetivos de largo alcance y de resultados inciertos que no acaban de proponerse en serio.
by Ernesto L. Mena
by Agustín Ruiz Robledo
by Maria Ppilar Larraona