La elección de Hollande como presidente de la República francesa es una penúltima oportunidad para la socialdemocracia europea. Viene llovida del cielo, en un momento en el que lo urgente es favorcer la competencia de ideas sobre el control por el poder político del poder financiero. Los socialistas franceses no son sospechosos de antisistema, pero sí tienen un fundamento rocoso capaz de resistir algo más que la mantequilla al calor de las crisis del capitalismo. La cuestión no es elegir entre el eslógan de la austeridad y el eslogan del crecimiento: si por crecimiento entendemos la creación de nuevas burbujas, lo único que vamos a conseguir es prolongar la agonía. La cuestión está en saber ordenar ambas exigencias: nadie puede dudar ya de que el dinero público, obtenido con impuestos suficientes, debe ser gestionado con la máxima responsabilidad como instrumento al servicio de quienes caen en el lado de las víctimas del mercado, y para eso la primera condición es la honestidad y la inequívoca preocupación por la justicia. A eso yo lo llamo austeridad, porque lo contrario es el despilfarro desaprensivo que grava irresponsablemente a las generaciones futuras. En el otro lado, el crecimiento ha de proyectarse sobre bases públicas: que no se trate, por favor, de hacer fácil otra vez el negocio contable y la especulación, sino de construir estructuras que en sí mismas reporten un beneficio social. Crecimiento sí, pero no el de antes.
Poco podrá hacer Hollande si no se siente apoyado por el pueblo francés y por la sociedad europea. La penúltima esperanza de la socialdemocracia pasa por reactivar unos principios políticos vapuleados por una gestión sin norte y por el populismo encendido sobre las brasas del rencor, de la inseguridad y de la frustración. Es el momento de que los partidos socialdemócratas europeos hablen entre sí y se pongan de acuerdo en una política común, basada en un discurso con enganche social. Sería terrible que, otra vez, el socialismo francés se encapsulase en el poder y no fuera capaz de arriesgarse a sí mismo, a fondo perdido, en la política.
Francia es la garantía. No creo que haya muchas más oportunidades.
Sí, un poco de esperanza no nos viene nada mal, a ver qué pasa
Querido Miguel: En cierta forma, Hollande ya había ganado antes de que conociéramos los resultados de las elecciones., ya había logrado introducir nuevos mensajes que se propagaban (hoy sin duda con mas fuerza) a lo largo y ancho de Europa.
Nos resta por saber la fuerza de esa ola, los cambios que anima, los nuevos lenguajes que alumbra. En cualquier caso, es maravilloso observar la ilusión que genera una victoria electoral de la izquierda, los sueños que provoca sobre temas de progreso: lo que antes era la paz internacional y la solidaridad entre personas, ahora es la integración de los inmigrantes (el voto en las elecciones locales según el programa de Hollande), el reconocimiento de las parejas homosexuales, la lucha contra la galopante desigual, etc. Un estado en definitiva que no es una entidad anónima si no una fuente de bienestar para sus ciudadanos.
Un día para estar contento, razonablemente contento.
Gracias por tus reflexiones, Miguel. Y que vengan muchas mas.
Un abrazo, Nicolas