Nos aferrábamos al diario "íntimo" como única salida para nuestro gusto por escribir. Elegíamos el cuaderno, poníamos la fecha, y había que empezar a contar cosas que nos pasaban, cosas que pensábamos, lo que habíamos leído, lo que pasó en clase ese día, la idiotez que dijo el amigo al que odiábamos, o suspirábamos por ella por escrito aprovechando que ella no estaba. Y tan íntimo. Qué remedio. Qué más quisiéramos que fuese un best seller. A veces se nos iba la mano y contábamos lo que no querríamos ni siquiera leer nosotros, y por eso guardábamos celosamente los cuadernos en previsión de indiscreciones que podrían venir de un círculo reducidísimo de personas.
De alguna manera era un ejercicio literario. Como efecto derivado, al tener que nutrir el diario, llegábamos a pensar a veces. Nos hacíamos preguntas a nosotros mismos. Comprobábamos que tropezábamos otra vez con las mismas piedras, y analizábamos la piedra, el pie, el tropezón. De alguna manera era también un continuo examen de conciencia.
Yo inauguré el mío un 29 de noviembre. En 1974, hace 43 años. Quince cuadernos de tamaño folio, y a partir de 1991, un documento de Word Perfect 5.0, que ya está convertido a Word.
Hubo unos primeros años en los que casi vivía para el diario. El diario era mi "superyó": si algo iba mal, se escribía, se contrastaba con lo que "debía ser", y brotaba, incluso por escrito, un nítido propósito de enmienda, como si al escribir ese propósito ya empezara a ser verdad. Reflexiones de un audaz adolescente, pronto universitario, que iban conformando una ideología, una manera de ser, o más precisamente una manera de "querer ser". Bah, estuvo bien. Una de las principales obligaciones de la gente de mi generación era no vivir como una veleta, sino gobernar los aires y dirigirse a puertos elegidos. No se llega nunca, ya lo sé, pero al menos se introducen sesgos en los rumbos de la vida.
Esa recámara personal continúa, aunque la frecuente pocas veces al año. Ahora vivo más hacia afuera y también escribo más para ser leído, y no para mirarme o digerirme. Sin duda, lo prefiero. Pero claro que no me arrepiento de tantas horas reflejando lo que me iba sucediendo y sacudiendo. Con diarios o sin ellos, ¿no debería cada cual cuidar su intimidad, cincelar sus ideas, ordenar sus desórdenes? Tal vez en mi caso hubo demasiada introspección y ensimismamiento (¿para qué iba a decirle a una chica que me gustaba si ya lo había escrito en el diario?...), pero, por escrito o no, cada cual debería tener un apartado íntimo donde contrastar lo que es con lo que querría haber sido.
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