Cansa también el discurso sobre la baja calidad del debate democrático especialmente en periodo electoral. Habría que vernos a cada uno de nosotros en el papel de militantes de partido. Pero, desde fuera de esas militancias, es decir, desde nuestras ideas sin militancia partidista, es normal percibir esa baja calidad como un signo de los tiempos. La democracia, como "menos malo de los sistemas posibles", vale por sí misma, y eso hay que decirlo de vez en cuando; pero si, además, quiere seleccionar mejor a los gobernantes y provocar políticas útiles y razonables, así como jerarquizar objetivos según criterios éticos y sociales compartidos, debe cuidar mucho más el contraste de ideas en condiciones de cierta exigencia intelectual y, particularmente, de transparencia. Lo contrario genera una democracia desprovista de la virtud de una competencia al alza. Es decir, una democracia a la que le basta instalarse en la media.
Cuidar el debate político no equivale a organizar más debates televisivos. Significa clarificar las ofertas e identificar con precisión qué cosas son compartidas, y cuáles son discutidas. El problema es que la "urgencia electoral" lo hace imposible, porque lo prioritario para los protagonistas es la cifra de escaños, y las diferencias programáticas (que en general son prioridades ordenadas de manera diferente) se traducen en una representación teatral al servicio de ese objetivo. No es por incapacidad intelectual ni por falta de ideas, es por estrategia, y eso es lo grave. No entro a hablar a fondo de determinados temas porque eso no ayuda a mi objtetivo, que es desear que un mayor número de votantes "quieran" que yo gane. Por tanto, he de limitarme a lemas abstractos y a algunos golpes de efecto. No entro a combatir y convencer al contrario, sino a cuidar el corral. Y esto es particularmente así en los partidos que aspiran a acercarse al centro del tablero: si se tiene la espalda apoyada en la pared de uno de sus bordes, el discurso es más nítido y expansivo; si se está en medio, hay que calcular qué se gana por aquí y qué se pierde por allá en cada punto. En esto, el caso paradigmático es el PSOE, y ese es uno de los dramas políticos de este país.
¿Por qué digo "drama"?
Digo "drama" porque el PSOE es el partido que hoy día "necesita" más indefinición en España. Ley pero diálogo, federalismo pero no mucho ni desde luego pronto, república pero coronada (o corona, pero medio republicana), políticas sociales pero ortodoxia económica liberal. Por eso está en el centro del tablero. Pero para seguir en el centro y seguir teniendo aspiraciones de gobierno, no puede decantarse, y ese es el drama. La consecuencia es que se convierte en la máquina trituradora de algunas ideas, políticas o señas de identidad que paradójicamente lleva dentro de sí, con sesgo de izquierdas, pero que pierden sistemáticamente la batalla en su seno. Dicho de otro modo: es el partido de izquierdas que hace políticas de "no muy derecha". Se puede decir de otro modo: es el partido de izquierdas que impide determinadas políticas de izquierda. Quizás sea una virtud desde el punto de vista de la eficacia electoral, pero supone objetivamente un factor de confusión de la oferta ideológica y programática. Cuando habla para sí (por ejemplo, en unas primarias), es capaz de decirse a sí mismo cosas (república, federalismo, plurinacionalidad, laicismo) que luego no acaba de decir en el BOE. Ojo, no digo que tenga que hacerlo: digo que el problema es que no puede hacerlo, ni puede tampoco abandonar programáticamente esas ideas, para que otros no le roben esa parte de cartera. Hay otro modo de decirlo: tiene en la nevera alimentos que ni come, ni deja comer. Los guarda, los conserva, pero congelados, por si acaso.
A otro nivel, el drama consiste en que la alternancia (bipartidista) ha dado paso a una tendencia al bloqueo que, de nuevo, tiene que ver con la indefinición del PSOE. Jugar a ganar al de enfrente es relativamente simple; pero hacerlo cuando tienes que mirar también a tu espalda, es más complicado. Con cuatro o seis partidos, las mayorías absolutas son imposibles, y eso te obliga a una "decisión" trascendental: pacto con mi lado derecho, o pacto con mi lado izquierdo. Sólo una vez se definió: cuando Sánchez pactó con Rivera. Su drama es que da toda la impresión de que esa no era la opción preferida por sus votantes. Quizás ni siquiera por la militancia. Sus votantes y su militancia lo que quieren es pura y simplemente que le gane al PP, y por eso su gran momento de gloria fue la moción de censura a Rajoy. Pero eso hoy ya no basta. Le queda el burladero de pedir la abstención al resto del universo, y todo indica que de ahí no va a moverse.
Errejón ha visto ese problema y propone que Más País juegue (como Compromís) el papel del hacedor del Pacto del Botanic: PSOE y Podemos tienen difícil entenderse, y sin embargo, dada la unidad de la derecha, se necesitan mutuamente. Probablemente después del debate de ayer lunes, Errejón habrá comprobado que la dificultad de ese pacto está más en el PSOE que en Podemos, pero la función de componedor que se ha atribuido a sí mismo le impide repartir culpas desigualmente.
Por el otro lado, las cosas son más fáciles, por una razón en la que quizás no se ha reparado lo suficiente. Si entre los tres partidos de izquierda el mayoritario es el más centrista (PSOE) y el minoritario es el que está en el centro de la izquierda (Más País), no ocurre así con los tres partidos de la derecha. El PP, mayoritario y en el centro de la derecha, tiene más fácil concitar el apoyo de Vox y Cs, entre otras cosas porque el electorado respectivo no perdonaría que, sumando, gobernase el de enfrente por no llegar a acuerdos. Si PP, Cs y Vox obtienen mayoría, la única incertidumbre será si Vox entra o no en el Gobierno (da la impresión de que no), pero no quién va a ser investido. No importa que Vox considere a PP y Cs como integrantes de la "dictadura progre"; tampoco importa que el apoyo de Cs al PP en comunidades autónomas con corrupción que ha llegado a ser sistémica comprometa su marca de regeneracionismo: pactan. Como debe ser.
Queda una última variable: los partidos nacionalistas. PNV no tendrá problemas en volver a apoyar a PSOE; sí, en cambio, a un Gobierno también apoyado por Vox. ERC y JxC no van a apoyar al PP, pero mientras no cambie el escenario, parecen también escaños perdidos para el PSOE sin la prenda de los indultos y de una consulta pactada. No le bastarán políticas sociales para convencer a una ERC que en la actualidad prioriza la cuestión nacional sobre la social.
¿Habrá entonces terceras elecciones? No, claro que no. Lo más probable es que pase otra cosa. La abstracción del PSOE va a encontrar un último refugio. El último posible. Sánchez va a pedir al PP la abstención, y le va a ofrecer dos cosas: una interlocución permanente con el tema de Cataluña y otros "asuntos de Estado", y su compromiso de abstención en el caso de que el PP la necesite pasado mañana.
Muñoz Molina describió a Felipe González en su crónica del juicio sobre el caso Segundo Marey, publicada con el título "La puerta de la infamia", como "el hombre abstracto". Pero la de González fue una "abstracción transparente": salvo los incautos, todos oían lo que él no tenía necesidad de decir. Ahora es diferente: Sánchez es abstracto porque no puede decir ni una cosa ni otra. Insisto: tratándose de política, lo mismo es una virtud. Pero tiene un coste de calidad democrática.
Excelente análisis para llegar a la conclusión de que el futuro de España se mece en los brazos abstractos del centrismo silencioso que no puede decir ni una cosa, ni otra, acumulando tupperware de croquetas revolucionarias en el congelador.
No hay contradicción en el análisis por cuanto lo que no dice, no dice que sea una cosa y la contraria, sino «otra»; de lo que se deduce que el silencio es de carácter liberal–bipolar puesto que aquello que no dice ha de referirse a dos cosas entre sí diferentes.
Tampoco es incongruente por cuanto, al carecer de transparencia, la abstracción es muda de rigor por cuanto nadie puede oír lo que Sánchez no tiene necesidad de decir; por lo que se deduce que todo el mundo oye lo que Sánchez tiene necesidad de decir, ya que ha de entenderse que Sánchez, efectivamente, dice algo a condición de que no diga ni una cosa ni otra. Es decir que su aporte discursivo sea estrictamente medio.
Laurence J. Peter y Raymond Hull fueron los primeros en certificar la proliferación de la mediocridad a lo largo y ancho del sistema. Es decir; el estado medio como abstracción jerárquica entre lo superior elevado y lo inferior descendido; el orden perfecto que da pie a los procesos sistémicos del famoso principio de Peter.
Empezando por los de abajo, H. Magnus Enzensberger en su libro «Elogio del analfabetismo» describe la figura del analfabeto intelectual como «aquella persona que se considera bien informada, puede descodificar normativas, instrucciones, pictogramas y cheques y se mueve por un mundo que lo aísla de cualquier desafío a su confianza.»
Por el contrario, el experto es aquel que hace de la oportunidad su necesidad más brillante convencido de que el pensamiento solo puede existir en la fase previa al desenlace. Se diferencia del oráculo de Delfos en que su especialidad es la caza de pokemon. Normalmente el experto español ejerce un egocentrismo intolerante que, en el orden político, le lleva a situarse en la ubicación exacta del extremo centro sobre el eje clásico de la izquierda–derecha.
Carentes de autocrítica las élites del extremo centro emergentes de la ejemplar transición española suprimen el eje izquierda/derecha para sustituirlo por el único enfoque que postula poseer las viejas virtudes de la verdad y el elixir de la necesidad lógica.
La majestuosidad del discurso del extremo centro parte siempre de la persuasión interior por cuanto la realidad solo denota un conjunto de nimiedades. El experto, como las encuestas, los periodistas y las autoridades de los tres poderes no están circunscritos, o limitados, por la compleja realidad, sino que su verdad es cierta incluso frente a toda evidencia abrumadora que la desacredita.
Chris Hedges en diciembre de 2017 decía en Estados Unidos (1) que «la fusión de los corporativistas y la derecha cristiana es el matrimonio entre Godzilla y Frankenstein.». Dos años después, vista la momia volando por los cielos de Madrid y respirando por todo el país un aire esquizofrénico –donde el discurso racional es abrumadoramente sustituido por la charlatanería trivial en continuo éxtasis de fe como necesidad social–, el problema de España no se centra en el frigorífico del PSOE, sino en los monstruos que anidan en las instituciones, y en los vampiros que se han desatado desde las oscuridades del Valle.
¡España vive en permanente Halloween!
¡Mulgere Hirkum!
(1) https://www.truthdig.com/articles/permanent-lie-deadliest-threat/