La decisión sobre la participación española en la guerra declarada por Francia contra el ISIS tropieza con el problema de la falta de información: ¿cómo puedo yo estar seguro de que se cumplen las condiciones que según mi manera de pensar (que más o menos coincide con los textos de la ONU) podrían justificar un ataque armado en el territorio de otro país? ¿Porque lo haya dicho Hollande? ¿Tengo que confiar en las autoridades francesas, que saben más que yo? Y, ¿cómo puedo confiar, si tenemos tantas experiencias de motivaciones espurias (intereses económicos, propaganda interna, fortalecimiento de la industria armamentística, geoestrategias que ni me van ni me vienen) para iniciar guerras, y si tenemos tantas experiencias de guerras que han causado mucho más daño que el que pretendían evitar (Vietnam, Iraq, Libia)?
Advierto que en diversos medios de comunicación (la tertulia de esta mañana en la cadena SER, incluido el comentario de Iñaki Gabilondo, ha sido un ejemplo claro,) se están lanzando inteligentemente mensajes contra el "no a la guerra", calificándolo como pacifismo utópico y como empecinamiento de gentes que no comprenden que "esta vez es diferente". Son mensajes en los que se critican decisiones ya agotadas (particularmente, la que se tomó en aquél "pronunciamiento militar" del trío de las Azores), para procurar no despertar la bicha de aquella contundente reacción de la opinión pública europea contra una guerra injusta, pasando a continuación a explicar que ahora el escenario es distinto y que oponerse a la implicación en una coalición militar internacional contra el ISIS es una severa equivocación motivada por prejuicios ideológicos de buenistas, actores, rojos y monjas.
Los principales argumentos que se repiten en esos mensajes son dos: por un lado, que es absurdo oponerse a una guerra "que ya ha sido declarada contra nosotros" (Gabilondo); por otro lado, que no apoyar esta guerra equivale a hablar de flores y quedar impasible ante el avance del terrorismo del ISIS (http://politica.elpais.com/politica/2015/11/24/actualidad/1448352890_851863.html). Sometidos a un mínimo de lógica (incluso formal), ambos argumentos son completamente insuficientes para justificar una guerra, y estoy seguro de que así lo dictaminaría cualquier persona que no tuviera ya la decisión tomada de antemano. En efecto, en lo que hay que fijarse no es en el hecho de que ha habido unos terribles atentados en París (¿no fueron terribles los de las Torres Gemelas, que sirvieron de antecedente a los de las Azores?; ¿no lo fueron los de Madrid?. ¿y los de Londres?), sino en valorar, con información suficiente, si atacar el territorio sirio ocupado por el ISIS es la mejor manera de defender nuestra seguridad (y el orden internacional), o si hay alternativas más eficaces para esos objetivos (no para otros probablemente espurios) con menos daño global y propio. No se trata de decidir entre flores o arrojo, sino entre unas u otras formas de defensa.
Yo me quedo aquí, y me niego a abandonar mi pancarta de "no a la guerra" mientras no me convenzan, con información creíble y argumentos algo más elaborados, de que "no hay más remedio", o si lo prefieren, que "no hay mejor remedio".
No abandonaré mi pancarta, escrita con la sangre de horribles experiencias históricas y con tinta por una tradición de grandes pensadores y políticos más clarividentes que los vacuos y cosméticos líderes actuales, mientras no vea claro que a corto, medio y largo plazo, no es más eficaz para evitar atentados aquí incrementar los medios de unos servicios de seguridad que afortunadamente son capaces de encontrar una aguja en un pajar (un cinturón de explosivos en una poubelle cualquiera del gran París), acorralar las vías de entrada y salida de dinero, armas y petróleo de aquellos territorios, reconstruir el rastro de compras y ventas de un kalashnikov, dejar de interferir abrupta, interesada y volublemente en las disputas entre chiítas y suníes, controlar con medios proporcionados la actividad de las mezquitas y la deriva de los adolescentes de los ghetos de inmigración desestructurada, etc.
Mi "no a la guerra" no es fundamentalista. Es una legítima actitud de sospecha y de desconfianza aprendida de la historia. Casi siempre, cada vez que se ha declarado una guerra, se nos ha intentado hacer creer que "esta vez es diferente", y que "no hay otro remedio", y casi siempre (hay excepciones) hemos concluido, con el tiempo, que las guerras dieron beneficios diferentes de los que se decía perseguir, y un daño enorme que se nos prometía que no iba a suceder. Mi "no a la guerra" no es ideológico: proviene, claro que sí, de unos principios que están escritos en momentos lúcidos de la historia, pero, sobre la premisa de esos principios, es casi una decisión "procesal": la carga de la prueba le corresponde al que dice "sí a la guerra", y esa prueba debe aportarse donde dijimos que había que hacerlo: en la ONU y en los Parlamentos. Y, al menos hasta ahora, a mí nadie me ha probado que la mejor respuesta a los asquerosos asesinatos del terrorismo yihadista sean las prisas militares.
Ninguna prisa es buena. Estamos amenazados, es seguro que los atentados de París no serán los últimos, y lo que se está discutiendo estos días tan legítimamente no es si nos quedamos quietecitos con el paraguas puesto y hablando de flores a los niños, sino cuál es la mejor y más eficaz manera de evitar que esto vaya a peor con todos los medios que tenemos. Y no tolero que por pensar así, por exigir información y pruebas, por oponerme a las prisas en el "recurso al último recurso", me digan que no me entero. Claro que no me entero. Por eso, mientras no me enteren, seguiré con toda dignidad debajo de mi pancarta.
No es una pancarta cualquiera.
La pena es que en algunos sitios, meterse en una guerra da votos. Un mundo en el que la guerra sea un valor añadido, es un mundo que apesta. Si la solución para acabar con el terrorismo es empezar a bombardear zonas de Siria, no entiendo por qué ahora es la solución y por qué no se ha hecho antes nada al respecto. No entiendo que se pueda vender petróleo en negro (quién compra?), no puedo entender cómo se consiguen las armas con tanta facilidad, no puedo entender cómo los países que ahora abanderan una intervención militar porque han sido atacados, han estado callados e incluso han tenido negocios intensísimos con países que financian a estos grupos (incluyendo España, en el que estamos al día de todo lo que pasa en Venezuela por ejemplo, con sus desmanes y abusos, pero nadie parece escandalizarse de los negocios con países mucho más antidemocráticos que éste).
Mi corazón y mi mente rechazan una guerra. Cerca o lejos. Porque las consecuencias son terribles. Porque las intenciones son siempre de índole económica, de sacar tajada y beneficio, no de proteger a la ciudadanía. Como siempre, tus palabras son un remanso de paz y sensatez ante todo lo que está cayendo. Gracias.