Para "transversal", la Semana Santa. Me refiero a la de las procesiones. ¿Dónde adscribimos esa tradición? ¿Cómo etiquetamos a las gentes que se echan a la calle para tropezarse con Cristos y Vírgenes? Yo creo que es cualquier cosa menos sectaria, porque incluye al de arriba y al de abajo, al de derecha y al de izquierda, al creyente y al ateo. Es probable que los equipos directivos de las cofradías añoren una percepción y una vivencia mucho más pura y confesional, pegada a su sentido religioso y de culto, pero una vez que la procesión sale a la calle es de la calle, y la calle la envuelve y la arropa con toda su variedad de gentes y de motivaciones: piadosas, nostálgicas, estéticas, sentimentales. Por eso es laica. Pero es una laicidad dentro de la cual cabe la religión. Eso es así porque en realidad las calles no se convierten en templo, sino que es el templo el que se derrama en la calle aceptando sus reglas.
Anoche, Lunes Santo en Granada, vi cómo se encerraba el Cristo del Rescate en la iglesia de la Magdalena. La vistosidad del paso avanzando hacia la iglesia, acompasado perfectamente a la música de banda con trompetas que simulan lamentos y tambores de patíbulo se alternaba con chicles y gusanitos, mensajes de whatsapp, comentarios sobre el segundo gol del Rayo al final del partido contra el Granada, un tatuaje asomando por la nuca, alguna palabrota al arrancar la cuarta saeta, bostezos y dónde nos tomamos la última. Todo eso no es más que el humus sobre el que transita la procesión, aunque la procesión, es verdad, denme la razón, parece transitar también en el tiempo, como si los que estábamos mirando el movimiento de la túnica del Cristo camináramos marcha atrás hacia años pasados, indefectiblemente orientados hacia la infancia, que es el templo del que salen todas las procesiones.
No hay cánones para la Semana Santa en la calle. Es un ejercicio de tolerancia y de pluralismo, porque lo sagrado se somete a lo civil sin esgrimir privilegios o blindajes, y lo civil acepta con naturalidad la presencia de lo sagrado y le cede el paso. Hay una tradición que se repite y se retuerce a veces con un rizo, un bordado o una saeta de más, pero se trata de una tradición expuesta, no arrogante, que no impone un relato, aunque sí lo proponga. En Semana Santa no hay cánones, o si los hay se quedan dentro del organigrama de las cofradías y la retórica interna de las circulares enviadas a los cofrades en Cuaresma y los Pregones. Pero una vez que el penitente se enfunda el capirucho ya es libre de pensar en lo que quiera: puede mirar a la gente, acordarse de sus muertos, pensar en su novia, iniciar una oración y no llegar a terminarla, pensar en sus planes para este verano o en las ventas de su negocio, aunque también, aunque sea a ráfagas, en quién fue Jesucristo y por qué lo mataron y si es verdad que puede hacer milagros si se le piden con devoción. Fuera de la procesión, en sus orillas, la gente está o no está, mira o no mira, se ríe o se emociona, atiende a su móvil, come pipas o se santigua: está en la calle, que es suya porque no es de nadie.
Ya lo sé, están los fanáticos y los detractores, pero ¿no da la impresión de que la procesión, desde que sale a la calle hasta que vuelve al templo, es inmune a esos debates? Está quien se recluye en casa y escribe cartas indignadas en el periódico protestando por la ocupación de la calle y el riesgo de la cera en las calzadas, y está también el que quisiera una unanimidad de devoción popular y no soporta a los indiferentes o a quienes simplemente están de fiesta. Todo eso da igual: el paso, que ha estado quieto unos minutos para que los costaleros descansen, otra vez se eleva y avanza hacia sí mismo, hacia el origen, hacia aquella tarde que salimos de la mano de nuestro padre o de nuestra madre a ver la procesión. Trompetas, tambores, incienso, banderines, capiruchos, y las miradas buscando una imagen perfecta, un instante en el que ahondar hasta encontrar otra vez, marcha atrás, la mano de tus padres.
Buscando esa mano salgo a verlas cada año, marcha atrás, emocionándome al ver que lo religioso y lo profano se mezclan, que la Semana Santa lo es porque no queremos que nos toque nadie esta Pasión por la vida que procesionamos cada primavera.