El primer cuento que le regalé a mi hijo se llamaba "Jujube". Lo compré en una librería de St. Germain dès Près una tarde fría y soleada de invierno. Él tenía cuatro meses. Era un pequeño cuento de colores vistosos en el que la niña Sérafine encontraba en la selva a un bebé abandonado que lloraba porque iba a tragárselo una serpiente. Pero la valerosa Sérafine hizo acopio de todas sus fuerzas y con un palo le asestó un golpe a la cabeza de la serpiente y salvó al bebé. Muchas noches se lo leí: en francés, en español, gesticulando, añadiendo drama o emoción. El cuento está en su estantería, en la que ya predominan Harry Potter, Jerónimo Stilton y algún Tintín. Su dedicatoria sigue escrita para siempre: "Este es el primer regalo que te hizo tu padre". Entonces ya imaginaba que esa dedicatoria me sobreviviría. O mejor, que él leería algún día esa dedicatoria después de que su padre hubiera muerto. Para eso se escribió. Los padres dan cosas a los hijos con la convicción de que les están enviando soplidos que durarán siempre, eternamente, porque la eternidad cuando uno está vivo comienza en su primer recuerdo de infancia y termina, más o menos, en el remoto e imaginario día en que morirán sus hijos. Sólo somos eslabones de una cadena.
Miguel Pasquau
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La pequeña eternidad de Jujube
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Creo, sin temor a equivocarme que el mejor regalo que les hacemos es hablar mucho con ellos de todos los temas. Los que nos ocupan, los que nos preocupan, los que nos entusiasman, los que nadie toca…porque ahí es donde les damos la posibilidad de ser como ellos quieran. Definitivamente lo mejor que podemos hacer por ellos – además de dejarles dedicatorias por supuesto- es hacerles crecer sabiendo que les pase lo que les pase siempre les apoyaremos y les daremos luz.
Al menos eso es lo que yo agradezco de mis padres a día de hoy, que aún sin comprenderme en ocasiones me dejasen ser. Tristemente he visto que otros niños nunca tuvieron esa oportunidad y se les nota.
Saludos
Un padre que le cuenta cuentos a sus hijos, seguirá contandoles cosas, hablándoles, toda la vida,y no precisamente para dejarles ser como ellos quieren, sino para intentar que sean como deben ser. Esto a Begoña.
Y a Esponera, agradecerle su bonita prosa y su sensibildad. C.C.
Los hijos, los padres. Quiero contaros algo.
Cuando todavía no sabía que había un hijo dentro de mi mujer tuve una bonita experiencia. Estaba en Madrid por unas horas, me preguntaba qué podría hacer, qué museo visitar, qué calles recorrer, y de pronto me dije: "lo que me gustaría es enseñarle Madrid a mi hijo". Hasta entonces no había decidido querer ser padre, y a la vuelta de aquel viaje me dijeron que ya era padre.
Educar es enseñar "Madrid", el universo que tú has recorrido, señalar peligros y oportunidades, darles un mapa, llevarles al principio de la mano y enseñarles pronto a transitar. No ahogarlos en tus deseos de lo que quieres que sean, pero decirles que unas cosas son mejores y otras peores. Mirarlos mucho. Estar mucho a su lado. Atenderlos cuando te dicen "papá, mira cómo nado"; y, cuando van creciendo, no dejar de mirarlos de lejos para que ellos siempre sepan que a su espalda tienen un padre, un abuelo, una bisabuela, un tatarabuelo, una cadena de cariño, es decir, una herencia.
Un día su obligación será emanciparse. Pero si los has querido, se emanciparán no de ti, sino contigo en la mochila.
Gracias Begoña, y gracias C.C. por dejar rastro aquí.
Vaya párrafo!! Ojalá cundieran esas ideas. C.C.
Me refiero a dejarles ser como ellos quieran, después de que YA SEAN como deben ser. A eso me refería.
saludos