Hace muchos años, las puertas interiores de los retretes públicos (en los institutos y facultades, en las estaciones de tren y de autobuses, en los bares y en las gasolineras) eran paneles de libertad de expresión. En la intimidad impune del retrete, cualquiera podía sacar un rotulador, escribir algo sobre Franco o sobre la democracia, y salir aliviado con doble motivo. A veces incluso se plasmaban debates con tachaduras, enmiendas, respuestas e incluso argumentos de cierta complejidad más extensos que un twit. No sólo de política: nunca olvidaré que en un retrete de la clínica Puerta de Hierro de Madrid, donde agonizaba mi padre, alguien se desahogó proclamando: "Jódete Márquez, Artaza tiene la baza": por lo visto, según pude saber, se trataba de dos célebres médicos que se disputaban la dirección clínica del hospital. Pero por lo general había yugo y flechas, banderas, lemas sobre amnistía y libertad, goras a ETA e insultos a políticos: por ejemplo, aquella que decía: "Hay que matar al cerdo de Carrillo", y que fue respondida, con otra tinta y otra letra, justo debajo: "Cuidado, Carrillo, quieren matar a tu cerdo".
Luego, en los tiempos en que se normalizaron la democracia y la libertad de expresión, las puertas de los retretes empezaron a cambiar de tono. Irrumpieron los dibujos groseros de órganos sexuales, los teléfonos para citas sexuales (más frecuentemente de gays), aquel "Tanto monta, monta tanto, como mis cojones colgando", aunque también algún corazón atravesado por una flecha sangrante con el nombre de una enamorada que nunca lo vería, porque era el retrete de chicos. Fueron los años del desencanto.
Tengo la impresión de que ahora la política está volviendo al retrete. Esta tarde, en un descanso de una clase, he entrado en el de la Facultad y me he puesto a leer. He encontrado llamadas a la república, críticas al "PPSOE", un "No olvidamos: Granada es de Alá", aunque alguien tachó "de Alá" y escribió: "del pueblo", una blasfemia que no me apetece transcribir, una cruz gamada y hasta un pequeño poema algo cursi en el que Rivera rimaba con primavera, además de un par de insultos a profesores.
He pensado que el retrete es una tradición. Cobija un momento de intimidad y, si hay un rotulador o un bolígrafo a mano, no es raro que alguien aproveche para decir lo que fuera de él prefiere callar. También he pensado que otros, desde perfiles anónimos, utilizan alguna red social como retrete y escriben cosas que no dirían a pecho descubierto. No creo que sea porque otra vez la libertad de expresión esté constreñida: simplemente es que hay cosas que pueden decirse en el retrete y no desde un atril. No pasa nada: por la misma razón, quien lee en un retrete es algo más tolerante que quien lee los periódicos o escucha la radio, porque en el retrete todo está permitido.
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