Hay buenas intenciones abstractas y concretas. Las abstractas son las que se presuponen, y las concretas, las que persiguen. Por lo general el militante tiene buenas intenciones (abstractas), porque cree que sus ideas van a contribuir a mejorar algo, luego querer que sus ideas prevalezcan es, en sí mismo, una buena intención. Pero luego están las que brotan de una situación que te tuercen el camino, te obligan a decidir y te ponen en un aprieto. De las primeras puede desertarse o no; de las segundas, se desiste o no.
Luego están los cínicos. Los cínicos se creen inteligentes, y con frecuencia lo son. Pero es una inteligencia desafinada, y sólo hacen buena música cuando se equivocan. Desprecian las buenas intenciones, quizás porque alguna vez perdieron, o porque les hicieron un daño bienintencionado. El cinismo no es ni una deserción ni un desistimiento, sino una claudicación definitiva. Los cínicos saben desmontar tinglados ideológicos y coartadas morales, logran desnudar al engreído moral, pero ahí se acaba su función ecológica, porque se niegan a distinguir entre un basurero y un taller. Los talleres son espacios de proyectos, y el basurero un acopio de detritus. En los talleres hay grasa, barro o telas, suciedad, material desperdiciado, piezas a medias, objetos que han dejado de servir porque se cayeron de su objetivo, pero están llenos de buenas intenciones. Un inspector riguroso (sobre todo si es cínico) descubrirá casi siempre infracciones (de sanidad o salubridad, laborales, fiscales, o también de ineficiencia), pero muy pocas veces conducirán al cierre, porque los talleres merecen la pena.
Está bien someter las buenas intenciones a auditorías cínicas,. Lo malo sería un taller de cinismo. Esa es una de las tentaciones. Superada la edad de la ingenuidad, cada cual puede calibrar la intensidad y la dirección de sus intenciones. A eso se le puede llamar "planteamiento moral". A casi todas las personas que conozco les atribuyo un "planteamiento moral". Defectuoso, sí, inconsistente en algunos puntos, demasiado ideológico, a veces, o reducido a principios tan mínimos que casi nunca tienen ocasión de activarse. Pero vale mucho ese planteamiento. Es petróleo, que puede servir de energía en cualquier momento. Además de cuidar lo que pensamos, también cada uno puede cuidar su desorden moral. No sé si una de las razones del deterioro de nuestros planteamientos morales se debe a que discutimos poco de eso: como es asunto privado e individual, sólo queda la ley, la política, y la fuerza de gravedad de los intereses.
Yo no creo que el infierno esté lleno de buenas intenciones. En el infierno sólo están los cínicos. Pero el cinismo, eso que iguala al taller con el basurero, es un looby. Conviene a muchos que acabemos sin saber distinguir lo que hay de buena intención en los demás, e incluso en uno mismo. Si todo es basura, ¿para qué empeñarse en nada? Más allá de la dosis mínima (impresdindible), el cinismo es destructivo. Las ciudades deberían habilitar un almacén para las buenas intenciones, y custodiarlo con esmero. Aunque no sean piezas perfectas, tienen un gran valor. No se sabe cuándo van a activarse, pero es el patrimonio que puede salvarnos en situaciones cercanas al límite.
No sé bien por qué he escrito esto, pero seguro que iba con buena intención.
El retroceso es manifiesto; del bipartidismo hemos pasado al espectáculo binario de lo bueno y lo malo fermentando la lógica del derecho penal del enemigo en el puchero de la mas rancia mediocridad.
¡Comorl!… exclamaría yo en el planeta de Chiquito de la Calzada;
¿Condenar a un buen cínico al infierno? …Por favor: ¡condéneme usted a mi también!
Con la mediocridad en el cielo, el infierno se torna como la alternativa más atractiva. Mi súplica a la autoridad no es una ruindad moral, ni tan siquiera una abyección caprichosa, sino una necesidad vital de un espíritu libre que huye de la fosa séptica de la ortodoxia celestial. ¡Sin cínicos, no hay paraíso!
Normalmente el cinismo nos lleva a Diógenes de Sinope, el que vivió en una tinaja tres siglos antes de Cristo, y que Diógenes Laercio nos describe como uno de los filósofos más ilustres de la denominada escuela cínica y famoso por sus caminatas por las calles buscando «hombres honestos» con una lámpara encendida… El mismo del que se cuenta que zarandeaba conciencias y que le espetó a Carlomagno que se apartara a un lado porque le hacía sombra. ¡Genial!
Condenarlo al infierno tan gratuitamente por hacer de la pobreza virtud es toda una muestra ilustrativa de los habituales trampantojos de la altísima justicia andaluza que presa de la ortodoxia medianera de la cruel vitrina de palacio, justifica con guante de tres dedos la mismísima estructura poético–evangelista de la suprema sentencia del procés. Una suerte de conjuro jurídico –o astracanada de Muñoz Seca–, que levanta muchedumbres de indepes de segunda clase; frustrados, pacíficos, tumultuosos, y pataletos.
Es plausible compartir la condena del cínico al infierno, cuando el cínico es ridículo por su arrogancia de pala y pico, limitando su ironía a la burda mentira enfermiza que elude –o castra–, toda complejidad destilando más mala leche agria y soez que buen arte y salero como forma de protesta contra el sinsentido de lo hegemónico comúnmente asentado.
Por ejemplo; es ridículo el burdo cinismo de Carlos Lesmes cuando postula que los manifestantes en Cataluña sólo muestran su pataleta frente a una sentencia «racional». Llamar «racional» a un acto de poder no genera menos perplejidad que pedir el premio Nobel para la racionalidad de Kim Jon-un.
Más fino es, para mi gusto, el cinismo ilustrado del abogado de Forn, Xavier Melero, cuando manifiesta su alegría por la sentencia del procés diciéndole a los presos que deben estar agradecidos de que, al menos, la condena no fuera de muerte.
Así, mientras que el primero no acredita inteligencia alguna despreciando groseramente a una gran suma de ciudadanos españoles–catalanes de plenos derechos, el segundo es divertidamente exquisito en su fina ironía.
No es más inteligente quien más títulos tiene, ni más (i)racional quién mejor rellene los guantes litúrgicos de piel de badana, zorro o lobo revestidos con guanteletes de conveniencia. Lo real no es fungible; no desaparece, ni se jibariza, ni se magnifíca por mucho poder que se otorgue a la palabra para absorber la realidad en guante alguno.
Por ejemplo; ¿Qué guante es el adecuado para dar abrigo a una «intención abstracta»?… ¿En qué sección de El Corte Inglés puede uno encontrar un guante abstracto que se adapte perfectamente a lo abstracto de la intención?
¿Puede emplearse el concepto de voluntad abstracta fuera de la psiquiatría?
¿Cómo podría sobrevivir un individuo hambriento de voluntad abstracta en un supermercado de alimentación?
Consecuentemente si un militante de VOX tiene buenas intenciones abstractas, entonces su idea sobre la abstracta violencia intrafamiliar es en sí misma una buena intención por mucha mala fe que una mujer maltratada pueda percibir en esa buena intención del militante voxiano.
Calificar de «inteligencia desafinada» a Xavier Melero es un buen ejercicio de esa «inteligencia abstracta», que por difusa confunde lo brillante con una suerte de «claudicación definitiva» frente a un «daño bienintencionado» encarnado en la sentencia que no condenó a muerte a sus clientes.
Decirle a un juez made in Spain que está equivocado –o que prevarica–, es una brutalidad semántica de mal gusto, decírselo a siete supremos es un auténtico suicidio poético, pero alabar la majestuosa, y elegante, tesis del guante agradeciendo que sólo es prisión cuando bien pudo ser patíbulo es todo un ejercicio de piadosa filantropía.
Contra la soporífera mediocridad sublunar: ¡Viva la inteligencia!
¡¡¡ Eppur si muove !!!
No estoy de acuerdo con su compendio cínico. Unas estructura tan afásica como el cinismo precisa de un marcador de su trascendencia. De su funcionalidad, del hostigamiento que produce en las proyecciones empíricas del dominio. Ser cínico es ser bifronte, bigámico, bicameliense, bisántropo, un hipersentidor anfibológico que exhuma tropelías de la casta ajena, para relativizarlas y preordenarlas a un fin escatológico predeterminado. A un cínico no puede oponérsele un cartesiano, sino un titiritero en paro. Los ambages opinativos de un cínico se embellecen en los inodoros y circulan por las cañerías municipales proporcionando alimento a congresistas opinativos, a tertulianos irredentos y a premarxistas subvencionados con productos 0-0. Cinismo no es empirismo, es pragmatismo con leche, argumentarismo aciago, disfuncionalidad temática, cainismo, hiperplastia benigna de penedemos unidas, sístole de una malversación histórica que no se quiere digerir. Un moño. Traigo un marimoñero / pa ponérselo a mi prima / esta noche en el sombrero.
¿ Por qué he escrito yo esto, me pregunto ? Ah, si. Van a cobrar los depósitos bancarios y Julio Iglesias ha estado con 62.500 mujeres, comprobadas.
No le sobra nada a esa estupenda reflexión; bueno sí, una errata de un punto y una coma antes de “Lo”, sin intención de cometerla, pero se comete. Siempre hay quien, con el mínimo de cinismo, se lo va a advertir: los perfeccionistas, pitagorines y listillos.
Habrá que pasarse por este blog, de vez en cuando. Me encantan los talleres -de lo que sea-. Es una buena intención.
En el mundo NO PREVALECE lo que quiere Jesucristo, un equilibrio, Pasquau o la razón; no, ¡nunca!, sino lo que quiere la demanda o lo que tiene algún poder (de los miles que hay con la capacidad de instalar LO QUE QUIEREN en la sociedad: como mediático, político, económico, de influencias por instrumentación de costumbres, de patrias, de culturas, etc). Así es siempre, prevalece LO QUE TIENE ALGÚN PODER frenando a cualquier equilibrio o a lo que diga Jesucristo o Galileo. Y con vestidos de hipocresía, ¡prevalecerán las BUENAS INTENCIONES de ésos poderes!, que se las saben todas para dibujarte buenas intenciones de oro.
El asco es el asco; pero lo peor es que muchos que van de sabios y buenos, ayudan a tal asco. José REPISO MOYANO
La FRIVOLIDAD la causa siempre dos fuerzas volitivas: La intención del mal y la ignorancia.
Pero la IGNORANCIA es muy amplia y no admite reduccionismos.
La ignorancia es siempre EL NO SABER qué es importante
(para el conocimiento mismo de la vida y para que todo funcione bien o no manipulado).
En el mundo objetivamente existen miles de INTERESES CREADOS (todos MOVIDOS POR SINRAZONES); pues bien, cada interés creado dirige o dicta un asentar o un establecer una importancia, y tal importancia queda ya como establecida.
Por eso, en honor a la verdad, el cien por cien de los humanos son sin duda irresponsablemente ignorantes, sin respeto alguno a la verdad o a hacer las cosas bien de una vez por todas. En fin…, esto es lo que hay, pero ¡ante todo eso no se puede humillar o tapar más! ¡La luz no se puede tapar más! https://es.quora.com/profile/Jos%C3%A9-Repiso-Moyano-2
Ignorancia es EL NO SABER qué es lo correcto (racionalmente)… porque estás atendiendo a cara dura a pillerías, a modas, a comentar con frivolidad por ahí, a fanatismos o a otras cosas.
No existe paso de bien en el mundo sin la razón.
Para que exista respeto, debe existir antes razón;
para que exista educación, debe existir antes razón;
para que exista información, debe existir antes razón o el que la demuestra (que es lo mismo). Siempre que LUCHO CONTRA UNA MENTIRA, irremediablemente lucho contra una retórica, la cual siempre impide la razón, ¡siempre! ; porque la mentira es muy suya y tiene su rollo envolvente o confusión por el cual ha triunfado astutamente, no siendo nunca concisa, directa y clara, sino halagadora, demagógica, populista, encantadora de serpientes o muy cargada de demasiadas palabras para no decir ninguna verdad, solo parecerlo (¡éso es la retórica!).
Por eso, todos los días me dirijo a desenmascarar retóricas, muchas de ellas muy corporativistas (teniendo detrás guardias pretorianas y muchos poderes), a pararles sus pies, ¡aunque no mucho les guste!
http://delsentidocritico.blogspot.com/
José Repiso Moyano