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Yo diría que a Miguel le obsesiona la verdad. Me refiero a la verdad como aquello que se esconde detrás de la apariencia, las realidades que subyacen a ella, las “verdades verdaderas”, que se proyectan caleidoscópicamente en múltiples direcciones, convirtiendo lo que aparenta ser real en una suerte de ilusión óptica tras la cual se esconden.- o más bien, se refugian.- sus personajes. La verdad, pues, es un tema recurrente en sus novelas, que se convierte, a la postre, en el verdadero eje que sustenta la trama, esa que termina envolviendo al lector y atrapándolo en la tela de araña de una historia de fondo que no es sino una buenísima excusa para bucear en temas universales y trascendentes. Los personajes se mueven siempre en la incertidumbre, y, dentro de su inventada naturaleza, uno no llega a saber del todo qué parte del personaje se corresponde con la verdad y cuál es impostada.
En las novelas de Miguel llama la atención la figura, siempre femenina, que significa la esperanza última en la redención del personaje principal, y que, aunque aparece como de soslayo, aunque su protagonismo no es “de inicio”, termina convirtiéndose en una pieza de la novela tan esencial como el protagonista. Y es que esa figura femenina es la fuerza que sustenta ese último intento del personaje masculino por retrotraerse a un estadio vital que borre todo lo que de ominoso han tenido sus actos, sus palabras, su vida, y le devuelva su humanidad, y con ella, todos los atributos que le podemos considerar como “idealmente atribuibles”: la honestidad, la bonhomía, la lealtad, el honor, la renuncia al éxito inmerecido, el desapego, en definitiva..
Gracias a “ellas”, el protagonista se permite la esperanza de cambiar su trayectoria y de aferrarse a la dignidad de volver a ser él mismo. Ellas son, sin saberlo, la fuerza motriz de una revolución interior que se va operando en el otro, representan esa “otra vida” en la que el personaje masculino se mira como en un espejo, y se convierten en el motivo que termina de disipar las dudas del personaje principal sobre su propia auto-inmolación, que, por otra parte, es la única opción de re-nacimiento libre de los “pecados” cometidos en su vida anterior.
La sensación final que dejan las novelas de Miguel, aparte de la de haber leído una buenísima historia, es la inquietud. Me refiero a ese regusto agridulce que deja el conocer, finalmente, lo que se ocultaba tras el telón, y que, intencionadamente, creo, Miguel deja en el aire, sin resolver, como para que la novela siga y termine de desarrollarse en la cabeza de cada lector...
No pocas veces he pensado si, finalmente, lograría Victoria descubrir la “verdadera verdad” del malogrado Matías, oculta tras la apariencia de esa otra realidad siniestra, escrupulosamente urdida por su oscuro compañero de despacho?? Será capaz, finalmente, Marcos Fortuño, de publicar, inmolándose, esa novela a cuya escritura se ha entregado en Casa Luna, reveladora de toda una vida de engaño??
Y en ambos caso, lograrán, en definitiva, sus protagonistas, la redención, o por el contrario, la unánime condena sin indulto posible...??
El lector, casi siempre, quiere creer en el final feliz. En el necesario perdón de aquel que opta, aunque sea “in extremis”, por la verdad descarnada y sin adornos. Pero el lector no siempre consigue convencerse de quién vence finalmente en esa lucha titánica de verdades y mentiras superpuestas, porque unas y otras, como en la vida, quedan imbricadas de tal manera que es difícil separarlas, diseccionarlas y eliminar de la ecuación sólo una parte.
Dice Miguel que él escribe “para que le quieran”. Yo creo que a Miguel, cualquiera que le conozca, y en el grado que sea, es imposible no profesarle de manera casi inmediata cariño en ese mismo grado. Pero sí pienso que, quizás, detrás del jurista, magistrado, profesor y escritor, sus novelas constituyen una buenísima excusa para conocer más y mejor, y por tanto, para quererle más y mejor, al Miguel hombre, desnudo de títulos académicos y profesionales.
Termino con una frase que Miguel me robó, sin saberlo, en la presentación de su última novela, cuando, al preguntarle su entrevistador si podía considerarse, en alguna medida, autobiográfica, respondió:
“Pues no lo sé; dime tú, los sueños, incluso los más prohibidos, esos que no le cuentas a nadie, pueden considerarse autobiográficos?”
Y es que, quién sabe si, en nuestra caleidoscópica realidad, en la que se entretejen infinitud de sub-realidades superpuestas, lo que nos define con mayor intensidad no es la biografía que todo el mundo conoce, sino precisamente aquello que soñamos secretamente, como sólo se sueña lo imposible...
by Ernesto L. Mena
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