Cuántas historias singulares se habrán perdido para siempre, sepultadas en la memoria callada de los muertos; cuántas se han quedado reducidas a un enigma más, como una cruz en la cuneta de una carretera secundaria, o los restos de un barco que ya no dicen nada porque se los tragó la ballena del tiempo y los depositó allí donde nadie podría entenderlo. El olvido es voraz como un océano, y el recuerdo, un pequeño archipiélago, una protesta de islotes que fueron las cumbres de un continente hundido. Pero el capricho de una ola puede traer a tu orilla un vestigio, una secuela, una pregunta grande. ¿Qué puedes hacer, entonces, si te alcanzan y te hacen sospechar que tú formas parte de la respuesta? Tienes que ir al rescate.
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