“Lecciones”, de Ian McEwan: la novela de una generación.

Puede que tarde en saber por qué “Lecciones” me ha parecido una novela tan grande: seguirá creciendo aún después de terminada, y lo iré comprendiendo mejor. Puede ser la narración sinuosa que te lleva de la mano con leves tirones, te muestra señuelos y te conduce a momentos en que te ves rendido o atrapado, completamente entregado a la suerte de Roland Baines y de los suyos en los giros de sus vidas que se suceden en días cualquiera, sin previo aviso. Puede ser que te encuentras con un personaje “a tiempo completo”, es decir, una vida entera, o casi entera de quien ha sido niño, adolescente, joven, adulto, mayor y viejo, completamente acompasado al tiempo histórico que le tocó vivir. Puede ser porque en paralelo a su vida, la historia del siglo XX y primer cuarto del XXI avanza, como escenario que está ahí sin tener que explicarse: unos padres sumidos en las dos grandes guerras y una infancia en el entorno de la reconstrucción física y moral de Europa. Luego, la guerra fría, el desasosiego por el fin del mundo en los días de la crisis de los misiles, el miedo a la contaminación por Chernobyl, las Malvinas, la alegría épica la noche de la caída del Muro de Berlín, el thatcherismo/reaganismo y la crisis de la socialdemocracia y el laborismo, el Brexit y el trumpismo, el cambio climático, la pandemia y sus confinamientos. Cimas y muladares de la historia, que en treinta años pasa “del entusiasmo de la caída del Muro de Berlín al asalto al Capitolio norteamericano”. Una generación que vivió todo lo que es imprescindible saber para entender el siglo XXI: eso mismo hace insoportable su conciencia de que, de los cien capítulos del libro de la historia del siglo XXI, apenas podrán leerse treinta. “Un gran inconveniente de la muerte”, piensa Roland Baines, el protagonista, “estriba en quedar al margen de la historia. Habiéndola seguido hasta aquí, necesitaba saber cómo irían las cosas”.  Stephanie, su nieta, promete leerlos todos, pero cuando acabe ella estará demasiado vieja.

 “Lecciones” es la ambiciosa pero conseguida historia de una generación: la que nació después de la gran guerra, y ahora está muriendo o acercándose a la muerte.

Lecciones de piano en la adolescencia, lecciones de conversación en alemán. De las primeras, Roland recibió una banda sonora apasionada y traumática que le ha acompañado toda su vida; de las segundas, una esposa que le dio un hijo poco antes de abandonarle, también al hijo, sin explicaciones. Una y otra experiencia se entrelazan en la vida de Roland, se alternan, anudándose, tejiendo una trama difícil de desentrañar para quien no se conforma con rápidas respuestas pero tampoco es capaz del rencor a largo plazo, por más que sí necesite una última y cabal rendición de cuentas que le haga cierta justicia.  

Hay una radical honestidad en la narración de la historia de Roland. No hay más moral que la más valiosa, la impulsiva o intuitiva, subproducto espontáneo de experiencias de la vida; y, sobre todo, no hay cinismo alguno: todo es importante, nada da igual, por más que no dependa apenas de nosotros.  

Pianista amenizador en un hotel en vez de concertista; entrenador de tenis en vez de campeón; escritor de diario y de algún cuaderno con intentos de poema, en vez de poeta consagrado: Roland no es héroe en nada. “No tenía libros, claro, ni canciones, cuadros, nada inventado que lo sobreviviera”. A cambio, tenía a su familia. Quien, por razones que no dependieron de él, sólo pudo ser marido en dos ocasiones que duraron demasiado poco tiempo, al menos es padre y abuelo con todas las consecuencias. Puede que al principio el personaje y su historia parezcan lejanos, fríos, como de un tiempo del que ya no puede esperarse nada. Pero, como ocurre en las grandes novelas, pasada una primera fase en la que van apareciendo los elementos, éstos empiezan a actuar y evolucionar, la novela hace click, y todo interesa ya, todo se convierte en la corriente de un río que te lleva.

“Lecciones” es una enorme novela sobre el hombre verdaderamente contemporáneo. Roland Baines es, en el mejor sentido de la palabra, un cualquiera. Pero un cualquiera en medio de todo, increíblemente bien construido y absolutamente creíble. Alguien a quien le han pasado cosas que sucedían en el tiempo de su generación y que no ha podido acomodar ni ordenar en empeños ni en álbumes ideológicos o voluntariosos: simplemente vivir, engullir, rumiar apresurada y desordenadamente. Por más que al final, durante el confinamiento, sí consiguiera llegar a ordenar cien fotografías de un cajón, poniéndoles fecha y algún título. Quizás su legado. Entre las cien, a última hora incluyó una sobre su profesora de piano, de 1959 a 1964. La primera de las tres mujeres que marcaron su existencia tanto como el siglo XX.

1 Respuesta

  1. El verano, Miguel, siempre nos regala las mejores lecturas en su tiempo sin prisa, rescatado de las prisas. Si es cierto, cómo ahora postulan los físicos teóricos, que en un pliegue del tiempo, o del entramado bioquímico de nuestra memoria, pasado y futuro se solapan en un infinito presente, las lecturas de los veranos, las que hicimos, haremos y hacemos siempre traerán rumor de olas o canto de grillos. Y hasta un lejanisimo eco de campanas tocando a “completas” que además de las lecturas, rebrotan aquellos paseos estivales de tu padre a campo abierto, que son un poco éstos…
    Abrazos, Miguel

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