Cada vez será peor. Los encargados de estrategias electorales (más sociólogos que filósofos...) saben que en las capas sociales de voto cambiante, las políticas de solidaridad y acogida se quedan en palabras y no mueven corazones. Saben que, en tiempos de crisis, el sentimiento creciente en esas capas más sufridas de la sociedad se aproxima mucho a la xenofobia. Los líderes electorales no son xenófobos, cuidan de no transgredir con palabras el "discurso moral", pero inteligentemente se apoyan en el magma del rechazo a que "los otros" vengan a llevarse nuestro pan. Utilizan esa sinrazón sin necesidad de pronunciarla. En vez de apostar por planteamientos más difíciles y exigentes, hacen guiños para sugerir, sin decirlo del todo, que aprueban esas reacciones viscerales latentes que no resistirían la luz del debate abierto. Y como los inmigrantes no votan, agitan esa bandera para llevarse el voto de quienes están pidiendo "que los echen", aunque también sepan que la tasa de inmigración ilegal depende sobre todo de la pobreza en los países de origen, y no del boletín oficial.
¿No sería más honesto, más pedagógico, que un político, incluso en campaña electoral, reivindicase el valor moral de la solidaridad? ¿No sería de aplaudir que, reconociendo la calidad humana de los movimientos sociales de acogida y de las iglesias, aceptasen el discurso de la complejidad, y defendieran que un país como el nuestro tiene la obligación moral de combinar la defensa de su propio equilibrio social con las exigencias de la solidaridad? ¿No merece el inmigrante algo más que una verja con pinchos?
Pero los inmigrantes no votan, y en estos tiempos la solidaridad no es un valor electoral. ¿Cómo va a pretender ganar votos quien pretenda aportar el 0,7% para ayuda al desarrollo? Primero nosotros, y lo que sobre ya veremos, dice Sancho Panza..
¿No deberían los líderes religiosos, que tanto señalan con el dedo otras cuestiones de moral privada, apuntar también al criterio de la solidaridad como elemento para decidir el voto?
¿Qué diríamos si en un videojuego electoral catalán se pusiera como blanco de los disparos de limpieza nacional a los andaluces? ¿No sería indecente?
Menos mal que los andaluces que andan por allí sí votan.
Hace muchos años me toco emigrar con toda mi familia a un pais dentro de latinoamerica, y en unos años volvere a emigrar a otro pais en otro continente a hacer mi postgrado, ya no creo en nacionalidades, no olvido mis raices pero yo se donde voy y en ese lugar me involucro, el pasado queda donde me voy y el futuro es incierto, si no vivo involucrada en mi sociedad presente, entonces que?
Tener raíces es bueno, porque dan vida. Lo malo es cuando alguien se siente propietario de su país. Entonces es cuando empieza a mirar de reojo a los que parecen de fuera.
Cuando más vayamos de acá para allá, LokCordura, más nos sentiremos todos en casa, estemos donde estemos.
Saludos.