Es interesante la entrevista que El país hace al Presidente del Gobierno. Sobre todo porque se ve a un hombre, en cuya mano están los resortes del Estado, impotente para hacer su propia política ante la presión de "los mercados". La suya, ahora, no es una política decidida electoralmente, sino gestionada ante la necesidad de evitar un desastre al que nos condenarían, de otro modo, esa gente que decide en "los mercados" sin pasar por las urnas.
El mercado es un mecanismo de lucha de intereses en el que se cruzan decisiones de personas que están ahí por su poder económico. La historia parece enseñar que son más eficientes que el dirigismo político de la economía. Pero lo cierto es que si a nivel estatal se instauraron reglas y controles que blindaron derechos y políticas sociales, la economía global campa libremente en un terreno de juego diferente, hecho a su medida, facilitando al capital un beneficio sin costes políticos, es decir, sin costes democráticos. Zapatero es responsable de muchas cosas, pero el problema principal es que los Gobiernos democráticos hayan quedado cautivos y desarmados a manos de un monstruo que se alimenta de nosotros mismos: el capitalismo global.
Esa es justamente la tragedia. Es la visualización de la gran derrota de la democracia. En las próximas elecciones no deberíamos enredarnos en detalles sobre la gestión de esta miseria, sino en su interpretación, su diagnóstico, y la actitud de cada partido ante el reto de restituir poder a las democracias. ¿Qué nos propondrán? Estemos atentos, porque nos jugamos algo más que un cinco por ciento del sueldo: nos jugamos nuestro modo de ser.
¿Qué nos proprondrán?
Nos proprondrán hacernos felices echando a inmigrantes, enarbolando banderas, esgrimiendo lenguas o religiones. Nos propondrán la victoria, pero una victoria frente a enemigos imaginarios.
Estamos perdidos, amigo.