Hay un momento de la mañana de los lunes que me gusta.
No es, desde luego, la arrancada, siempre inoportuna y a destiempo, ni tampoco el café, apresurado y con nostalgia del rato de periódico del fin de semana a horas de más luz y menos prisa. Tampoco es cuando se saluda a los compañeros de trabajo, que no suelen estar para bromas, ni cuando se abre el ordenador y se mira la bandeja de correo electrónico con un par de entradas imprevistas que obligan a hacer una llamada, o a abrir la agenda para anotar un aviso, y entonces la agenda te devuelve tres o cuatro anotaciones que empiezan a ponerte nervioso porque hay que empezar ya a trabajar.
Es justo después de todo eso, cuando uno ya está metido en la primera tarea, aparece quizás el sol que se acaba de levantar por encima de los tejados, se deshacen los últimos restos de la desazón del atardecer de domingo, y de repente te sientes completamente dentro de un momento de cotidianidad total, trasunto de una época de la vida (porque las épocas de la vida pueden resumirse en momentos así), sumergido en esa dimensión de tu existencia que es el oficio de trabajar, sin los aderezos de un viaje, de una película de cine o de una excursión, simplemente avanzando en un considerando y poniendo en marcha una semana más de horario tabulado en el que interactúan los ritmos de cada miembro de la familia, con áreas de descanso, tardes más apretadas y más holgadas en un devenir hacia el siguiente fin de semana que, como las islas en alta mar, te jalonan el viaje hacia las vacaciones del horizonte, pero sin la ansiedad de decidir todavía cómo abordarlas.
En ese instante te sabes moderadamente afortunado, aunque sólo sea porque el tiempo parece transcurrir amablemente, y porque te da la locura de pensar que sí hay algo que, en el entorno de caos que es la vida entre precipicios, tiene sentido: intentar hacer bien las cosas.
Luego irrumpe una llamada telefónica y se pasa el efecto del café.
Me gusta la reflexión, la idea reconfortante de trabajar para construir y hacer bien las cosas, y …constatar que la desazón del domingo por la tarde existe
¡Feliz semana¡
Muy profundo. Entiendo a pesar de los agobios, mirarse en el espejo y descubrir tu valor integro; el trabajo seria como las palabras de todo el gobierno junto.. bla bla y más bla.
Saludos.
Poeta!