Algunos millones de españoles se han acostado pronto esta noche, pero están tardando en conciliar el sueño: un gol, otro gol, otro. Por la tarde estuvieron tensos, había partido por la noche, y esta vez podían sacarse la espina, porque tienen un entrenador que "sabe lo que hace", porque tienen un "proyecto", y buenísimos jugadores que saben meter goles, etcétera. Se acercaban las nueve de la noche, la gran cita, el momento esperado, y por eso mismo, temido. Tenían ganas de una victoria para mañana hablar y hablar, decir que su entrenador es antipático pero gana los partidos, para decir que tanta pelotita del Barcelona, tanto tiqui-taca, ya había empezado su declive definitivo. Pero empezó el partido, y otra vez la historia de los últimos años: más que derrotados, humillados.
Pues que no se sorprendan de que muchos, ajenos a la refriega estrecha y bipartidista Madrid/Barça, no alineados y poco asiduos al fútbol, nos hayamos alegrado. Si los del Barcelona (su entrenador y sus mejores jugadores) son más simpáticos, más correctos, más elegantes, menos prepontentes, ¿por qué íbamos a preferir que ganasen los antipáticos? Cuando en el Madrid predominen otra vez los jugadores como Xabi Alonso y Casillas (acuérdense de Zidane, de Butragueño, incluso de Raúl), quizás vuelva, como siempre hasta hace un par de años, a preferir que ganen al Barcelona. Hoy no. Hoy me he alegrado, porque tengo cierta aversión a quienes sólo confían su éxito en el éxito
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