La invitación para una conferencia pronunciada hace meses, una chapa de botella de cerveza, un reloj sin pilas, una carta remitida por la empresa suministradora del agua, el señalador de lectura que me regaló mi hijo por el día del padre, alguna moneda, un folio roto con palabras y números, la autobiografía de Groucho Marx, cinco bolígrafos de clase diferente, un alfil de ajedrez, un disco de Bunbury, un aviso de Correos, una pastilla de Gelocatil. Restos de días rotos. Fotografía de un instante detenido de pronto. Inventario de un naufragio. Cada objeto tuvo su sentido. Ahora la mesa parece un cementerio de cosas.
Ordenaré papeles, devolveré libros a la estantería, juntaré bolígrafos, romperé entradas y avisos ya caducados. Abriré espacio en la mesa. Despejaré el alma y volveré a empezar.
Siempre se trata de volver a empezar, y hay una cierta nostalgia en ello.
Saludos
Qué paz se siente cuando se deja espacio y se tira todo lo inútil.
Lo de despejar el alma es precioso.