Primeros de septiembre de 1990. Viajaba con dirección a Bolonia, donde habría de pasar unos meses con una beca de investigación postdoctoral. Estrenaba coche. Había dormido en Figueras, y tocaba recorrer el sur de Francia, la Costa Azul. Luz de septiembre, el mar asomando por la derecha, autopistas confortables, y en el radiocasete alternaba la música con cintas de un curso acelerado de italiano para irme ambientando, que me había dejado mi amiga Ana. Decidí parar a comer en Niza. Hasta entonces Niza era una idea llena de glamour, eran las chicas de las viñetas de Kiraz en las revistas Paris Macht de mi madre, de piernas delgadas y alargadas tomando el sol y hablando ingenuamente, y era también el nombre de una tienda de cosmética en la calle Mesones de Úbeda donde mi madre solía parar a comprar algo o a charlar con María Cajas, la dependienta, o con Mary Cordero, la dueña. Qué bien olía en "Niza".
Avenidas y bulevares con árboles elegantes, cines y tiendas de ropa y bolsos. Por fin, el enorme paseo marítimo, donde encontré un sitio para aparcar, cerca de un café-restaurante llamado "Nostalgie". Caminé un buen tramo dejándome envolver por el aire marítimo, miraba a algunas bañistas que me recordaban a aquellas chicas de Kiraz, hice alguna fotografía. El mar azul, la arena, los árboles verdes, el gris claro de la piedra de las casas nobles. Me costó irme de allí, y hasta ahora no he logrado volver: quizás por eso el recuerdo está intacto, puro, sin mezcla alguna. Era una tarde radiante. Ya sé que ese momento ha dejado de existir para siempre, porque se lo ha llevado por delante un camíón asesino.
Imagino ese Paseo esta mañana, al amanecer. Los restos de una tragedia. Las olas batiendo, como siempre, sin enterarse de nada, contra una playa en la que hoy no habrá bañistas. Una brisa fresca moviendo las copas de los árboles. Precintos policiales, todavía cadáveres aplastados. Silencio. Si la noche fue trágica, qué terrible es el amanecer del día siguiente, cuando la ciudad despierta y se da cuenta de que todo ha sido verdad.
Pasé por Niza en viaje de fin de carrera, con tres compañeros más. Preciosa ciudad. Luego he recorrido Francia con mis hijos, y mientras conducían y consumíamos autopistas, pensaba en los millones de criaturas que murieron en las tierras de Europa en la segunda guerra mundial. Millones, hace nada de tiempo. Y me preguntaba quién manda en la historia, quién programa cada página.
Creo entender lo problemas sociales y políticos que preocupan en España, pero se me escapa el contexto internacional. El populismo, el terrorismo yihadista, la pobreza en Africa y en América, la victoria absoluta del capitalismo, la basura intelectual y moral de muchas clases dominantes: no sé qué futuro nos espera, y estoy de acuerdo con Miguel en soslayar aquí los durísimos términos de condena que merece esta tragedia.
Me encanta este comentario, quien quiera que seas.