No me prometan, por favor, a cambio de mi voto, algo parecido a lo de siempre. Tengo respeto por la política y por los políticos en general: mucho más que el que les tiene la media de los españoles, según las investigaciones sociológicas; pero empiezo a cansarme de tanta chatarra gastada con la que montan su discurso electoral. Es un tópico, también es una paradoja incomprensible, pero creo que es verdad que, en campaña, los políticos enseñan lo peor de sí mismos Me importa mucho cómo se gobiernan los ayuntamientos y no me da igual que lo haga uno u otro, pero soy de una generación que valora mucho su voto, y quiero darlo a cambio de buenas razones. No aspiren, por favor, a ganárselo de cualquier modo.
No es tan complicado. No tienen que llenar estadios ni provocarme un sentimiento épico que me lleve a votar con pasión y fiereza. Dígannos, por ejemplo, a qué se comprometen para evitar cualquier atisbo de corrupción entre los suyos, y qué reacción va a ser la suya en caso de que fallen los controles. Dígannos qué partidas presupuestarias (en los ingresos, en las inversiones y en el gasto) tienen decidido modificar o mantener, y no se ciñan a criticar la penuria de las arcas municipales, que de eso ya sabemos. Expliquen de qué se sienten orgullosos y de qué están arrepentidos. Dígan cómo tienen previsto recibir, estudiar y atender las reclamaciones, quejas o propuestas que provengan, durante su mandato, de ciudadanos o asociaciones. Expongan cuál es para ustedes el modelo óptimo de integración de los inmigrantes, de accesibilidad y fluidez del tráfico rodado, de ensamblaje entre barrios y centro y qué decisiones concretas van a tomar en esos ámbitos. Tengan la valentía de señalar límites (además de la mera y pura legalidad) que en ningún caso van a sobrepasar en el ejercicio del poder, con juramento de dimisión en caso contrario. Importa saber, con detalle, en qué materias están dispuestos a enfrentarse, como gobernantes de la ciudad, a representantes de su propio partido que gobiernen, hoy y dentro de un año, en instittuciones más altas, como la Junta o el Gobierno. Dígannos cómo van a evitar los tratos de favor a amigos o correligionarios cuando tengan que elegir, de entre varios, a un funcionario, a un laboral, a una empresa suministradora o a la adjudicataria de un servicio. Convénzannos de que están verdaderamente dispuestos a decir “no” a quienes les pidan algo fuera de un Pleno o de una Comisión y sin solicitudes registradas, por más que sean personas queridas, cercanas o recomendadas. Hagan profesión pública de un código moral evaluable. Griten lo que quieran en los mítines, que para eso están, pero dennos palabras sensatas a quienes no vamos a acudir a ninguno de ellos. Y dígannos qué es para ustedes un Ayuntamiento y una Diputación.
No nos hablen, por favor, de felicidad y desgracia, que ambas cosas forman parte de nuestra competencia. No prometan nada en vano, que luego viene la melancolía. Critiquen al adversario, pero no a fantasmas. Dejen a ETA, a Zapatero y a Rajoy para otro turno. No nos den recetas precocinadas (y rancias) sobre esto y aquello. Demuéstrennos que nos respetan, y que no se atreven a pedirnos el voto con argumentos burdos o tramposos, aludiendo a lo más bajo y primario de mí mismo. Hágannos dignos ciudadanos, y esfuércense por ser dignos de nuestra elección con buenas razones. Pidan perdón por lo que no han podido hacer bien. Identifiquen con precisión el margen dentro del cual pueden cambiar algo, y no se envuelvan en lemas y banderas generalistas que producen cansancio. Sean modestos, aunque audaces; audaces, pero modestos. Decídanse a comprender que nosotros somos capaces de distinguir el camino del atajo, el deseo y la realidad, lo posible y lo imposible, lo sincero y lo tramposo: tengan la bondad de no buscar el resultado apoyándose en la cuota de ignorancia que durante tanto tiempo ha ido gestándose con discursos políticos tan deleznables.
La democracia es mucho más importante que su triunfo electoral. La legislatura es más importante que la noche electoral. No lo fíen todo a la victoria: puede ser mejor perder dignamente que ganar arrasando por lo bajo. Sorpréndanos con una campaña elegante, inteligente, aunque para ello tengan que desoír los consejos que les vienen de los sociólogos asesores de sus partidos, culpables hasta la saciedad de una política empeñada en “dar gusto” a sentimientos y pulsiones que, lejos de ponernos de puntillas hacia la exigencia y la excelencia, nos achaparran como consumidores de trifulquillas y pequeños lances tácticos, sin vocación de estrategia. Piensen que quizás lo que queremos no es que ustedes finjan parecerse al hombre medio de la calle, sino que aspiramos a que sean y parezcan mejores que nosotros, más preparados, capaces de proponernos metas a las que no llegamos sin políticos de altura, con liderazgos basados de verdad en el trabajo, la honestidad, la calidad y las ideas.
No conviertan mi voto en calderilla. No llenen mi ordenador, mi radio o mi televisión de oquedades y retóricas cansinas. Nos merecemos unos políticos mejores de lo que ustedes se empeñan por lo general en parecer: quizás bastaría con que se atrevieran a decir con naturalidad lo que realmente piensan y quieren, y no lo que les dicen que digan.
("Ideal", 15 mayo 2011)
Alea Jacta est.
Creo que la mayoría de la gente tiene decidido su voto, mucho antes de que empiece la campaña. ¿Cuánta gente hay que escucha y valora y a partir de eso vota? La gente escucha con el filtro de su ideología, les parece bien lo que dicen sus afines y mal lo que dicen sus contrarios, sistemáticamente.
El gasto de las campañas es terrible y no sé si sirven para mucho, además del gasto material, está otro tipo de gasto, los altos cargos y media administración está paralizada, por lo de de: "total yo no sé si voy a seguir aquí…"
Lo único que avanza es lo que puede suponer un beneficio político y lo que suele andar solo por la inercia.
Hace unas cuantas elecciones, se contaba una anécdota de una mujer mayor que en el colegio electoral, preguntaba qué papeleta tenía que coger, que ella quería votar a ese señor tan guapo que salía con un fondo de cielo azul.
En cualquier caso me encanta que haya gente positiva.
Saludos (bonito fondo)
Por lo general, antes de una campaña la gente tiene decidido a quién NO va a votar. Lo que puede cambiar en una campaña es que alguien vaya o no vaya a votar al partido con el que más o menos simpatiza. "Calientan" a la afición para que no se quede en casa. Y me temo que también sirve para polarizar el voto entre los dos que más se pelean entre sí, porque al final consiguen que todo se reduzca a "a cuál de los dos prefieres", o peor aún, "a cuál de los dos le tienes más rabia"…
¿Sabes lo que más me gusta de las campañas? El "silencio" de la jornada de reflexión.
Saludos (a ´mí también me gustó la nueva presentación de tu blog: ese contraste entre la dura palabra -"encontronazos"- y la amabilidad de la flor violeta).
Ellos, los políticos, envueltos en su guerra particular. Un día cada cuatro años nos invitan a participar de su festín de sordos (con todo el respeto a los sordos). Qué pereza.
Miguel, me ha encantado leerte. No creí que se pudiera escribir de política y mantener esa prosa cadenciosa y envolvente.
Un saludo.
Gracias, Leo, por asomarte.