En aquel tiempo, la injusticia vivía en la clandestinidad, porque no tenía nombre. No era visible en mi pequeño mundo. Cada cosa ocupaba el lugar que le parecía reservado, igual que yo ocupaba el centro de todas las cosas: los pájaros tenían alas, los elefantes trompa, y no se me ocurría preguntarme por qué las manos tenían cinco dedos y no siete, o por qué algunos pedían monedas y otros las daban o no. Las primeras rendijas se tapaban fácilmente con explicaciones de misterio. Luego se oyen cuentos, se ven películas, se escuchan pláticas, y aparece el sentimiento de la compasión: un buen comienzo. Mientras tanto, la injusticia va pugnando por bautizarse: cuando cualquier experiencia le pone por fin nombre, uno se hace adolescente, y empieza un tiempo en el que es insoportable no arreglar el mundo. Qué tiempo aquél. Qué ansias de gestos heroicos, qué aprendizaje de ideologías, qué perplejidad ante tanta pregunta y tan poca respuesta, qué melancolía al ver que la pequeña caridad se disuelve en el océano de la historia. Así aprendí que la desigualdad es un modo de ser de la especie humana: ricos y pobres, sanos y enfermos, guapos y feos, hábiles y torpes, hombres y mujeres, vivos y muertos por azar : la injusticia no es un accidente, sino el vehículo en el que transitamos.
Cuando todo estuvo nombrado, cuando aprendí explicaciones severas pero resignadas, me hice mayor. Desde entonces hay resortes que saltan, palabras que hieren, discursos que indignan, y lo más que sé hacer es discutir y escribir, sentirme culpable, volver a compadecerme y no hacer caso a quien esconde la palabra "injusto" y se queda tan tranquilo. Lo único que me queda es empeñarme en decir esa palabra, y acordarme de que hay víctimas. Copiar y copiar libros gastados, como aquellos monjes de los monasterios medievales, por si algún renacimiento los rescata. Mantener viva la palabra como una pequeña llama, por si alguna antorcha, alguna vez, puede servirse de ella.
En realidad es todo cuanto cabe hacer. Llenar espacios, tan kilométricos como blancos, de palabras y esperar que poco a poco retomen su lugar en otras conciencias.
Que a fuerza de tanto contarse a sí mismas, puedan corregirse.
Saludos
No podemos cambiar el mundo, pero tampoco quedarnos sin hacer nada.
bss
me hace mucho bien
ver (que a pesar de sentir que te consumes, o no)
un resplandor,
sigues encendido