Siempre las palabras. Cuando quedaba con los primeros amores, mi preocupación no era qué haría con ellas, sino qué les diría cuando estuviésemos solos. De unas cuantas novelas soy incapaz de recordar el guión, pero no olvido algunas frases que me entusiasmaron. No debería ser así, pero de los políticos me interesa más cómo dicen lo que hacen que cómo hacen lo que dicen (tal es, quizás, mi desconfianza). Mourinho es mejor entrenador que Valdano, pero me encantaban las explicaciones del argentino y me cortan la digestión las del portugués. Las palabras, si se manejan con destreza, absorben a la realidad y la suplantan. O la crean: dices "Teruel existe", y con dos palabras has inventado una provincia. O dices "estás pálida", y a ella le cambia el color de la cara. Alguien ha dicho que hay que "resetear" el sistema, y de pronto la Constitución se ha quedado vieja, torpe y lenta.
En el principio era el Verbo. Claro que sí. La palabra hizo al hombre y a la mujer, rescatándolos del reino animal. Aunque los perros también entienden: al mío le digo "¡gato!", y aunque esté en el salón de casa con las puertas cerradas, ladra, gime y corre a buscarlo, aunque jamás haya visto un gato enel salón. Dios es una palabra, y creo que me interesa más cómo se explica que cómo existe. La verdad sólo se obtiene mediante testimonios: sin palabras, no hay verdad que valga.
Sólo hay una excepción: la música. He tarareado tantas canciones inglesas (¡y españolas!) sin saber qué dicen. He oído tantas veces el Requiem de Mozart o la Pasión según San Mateo de Bach sin preocuparme de la letra. Quizás junto al Verbo, era el Solfeo. Uno y otro, Verbo y Música, son el big bang que nos salva -transitoriamente- del silencio. Quizás en el principio era el Silencio, y el silencio no sea más que el tiempo que se tardó en pronunciarse la primera palabra y en componerse el primer sonido. Puede que sea eso lo que recordamos cuando, de noche, escuchamos el silencio.
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