¿Y los arcenes? Nunca había pensado en la importancia del arcén. Esa franja lujosa de las carreteras, ese desperdicio de terreno, esa holgura que no podíamos permitirnos. Hemos hecho carreteras por encima de nuestras posibilidades: no sólo un sentido de ida y otro de vuelta: además, un arcén a cada lado, para que no haya miserias. Como Felipe II, que para demostrar su poderío, decidió colocar un ladrillo de oro en una de las cubieras del Monasterio de El Escorial, como diciendo: "y me sobra". Arcenes despoblados, yermos, que no se cultivan ni se edifican. Desaprovechados. Todo para el lujo de un "por si acaso" escrupuloso y garantista. Hemos vivido por encima de nuestras posibilidades.
Lo mismo debió pensar el empresario de Madrid Arena con la limitación de 10.000 entradas que se le impuso por razones de seguridad. ¡Qué desperdicio, tanto espacio vacío! ¡Huecos que valían, cada uno, 40 €! Esa ridiculez de las normas de seguridad, de esos "por si acasos " que atenazan nuestra competitividad y cercenan el aprovechamiento de nuestro recursos. Mira tú cómo los chinos saben emplear sus recursos y a sus trabajadores. Como el barbecho, esa es otra: aquella estupidez que dejaba baldía una tierra cada tres años para que "descansara". Seguro que fue obra de un sindicato, siempre jodiendo y poniendo límites al beneficio, un lastre que sólo blinda beneficios de tierras señoritingas que se cansan y no quieren trabajar como dios manda para crear prosperidad. ¿10.000 entradas? Vamos a vender 16.791, y así generamos empleo. Y basta ya de Estado reglamentista. Total, para cinco muertos que de vez en cuando caigan, no voy yo a perder 271.640 euros (6.791 x 40€) libres de impuestos (porque no puedo declararlos, qué más quisiera yo que poder declararlos). Hay que hacer un aprovechamiento más eficiente de nuestros recursos, no podemos seguir viviendo como señoritos, con arcenes yermos, espacios vacíos en los conciertos y tierras en descanso. Viva la productividad.
A eso vamos. Todos los arcenes ineficientes que nos protegían están cayendo. Y hay víctimas.
by Ernesto L. Mena
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