De noche se piensa de manera diferente a como se piensa de día. Sobre todo, de noche te importan otras cosas. Menos mal que hay días y hay noches, y que cuando aquí es de noche, allá es de día. Así es siempre día y noche, al mismo tiempo, y pensamos de las dos maneras, entre unos y otros.
Aquí, ahora, es de noche. Entonces pienso en lo que con la "claridad nocturna" me importa, aunque no esté homologado como práctico, eficaz o eficiente. Pienso en cosas como el odio y la alegría, la esperanza o la amargura. Lo que no tiene prisa. Me lo puedo permitir, porque en las antípodas, a plena luz, estarán haciendo cálculos, experimentando vacunas, echando cuentas, consultando precedentes, construyendo puentes, recolectando hortalizas, cotizando en bolsa. En el lado nocturno, puedo y quiero pensar en otras cosas.
Hace más de un mes que no veo a mucha gente a la que querría ver. A mi madre, protegida en casa. A mis compañeros de (tele)trabajo. A tantos amigos. A muchos conocidos que estaban cotidianamente en el otro lado de la barra, o de la ventanilla, o del mostrador. A oleadas, con mareas altas y bajas, viene el sentimiento de echarlos de menos. Empezamos todos a echarnos de menos de otra manera: estamos vivos, estamos cerca, miramos fotos guardadas, nos acordamos de cosas que nos pasaron con ellos, hablamos por teléfono o por mensajería, teleconferenciamos, teletomamos un aperitivo, pero ya es un paréntesis demasiado largo, y empezamos a no saber cómo saldremos de este tiempo de distancias: distintos, claro, pero ¿cómo? No notaremos los cambios a la primera. Al principio será como cuando se vuelve del verano: cada cual contará cómo le ha ido, y tendremos la sensación de que en pocas horas todo ha vuelto a ser como era. El paréntesis del verano se cierra con hiriente facilidad en el primer golpetazo de septiembre, pero esto va a ser distinto.
Cuando sepamos cuándo y cómo vamos a volver, empezaremos quizás a hacer planes. Se me ocurre que esos planes debemos hacerlos por el día, pero también por la noche. Y, en los de la noche, es posible que uno de los planes sea derribar el confinamiento en el que estábamos antes del confinamiento. Como es de noche, puedo decirlo, aunque de día suene extraño: acercarse, apreciarse, quererse, o al menos comprenderse. Dar el lado bueno a los demás, y gestionar esforzadamente, dentro de cada uno, el lado malo. Esto podrá tener muchas gradaciones: desde la simple amabilidad, hasta el amor: mejor que sus contrarios, que van desde la descortesía hasta el odio. Para ese empeño no hacen falta economistas, ni epidemiólogos, ni políticos, ni asesores de comunicación, ni expertos en nada. Ni siquiera será precisa una página Excel. Está al alcance de cualquiera, porque es un empeño individual cuya jurisdicción no es el universo, ni el mundo, ni la nación, ni siquiera la ciudad: es sólo el propio ámbito personal.
Lo hemos experimentado otras veces en nuestra vida: nos va mejor cuando nos damos el lado bueno. Se puede salir a la calle, conducir o ir al trabajo de buenas, o de malas. Se puede entrar en la red social para ver quien ha dicho una burrada, o para aprender algo, o para reír con una ocurrencia. Se puede oír la radio o leer el periódico buscando una dosis de indignación contra el "imbécil" de enfrente o sólo queriendo enterarse de una reflexión o una información interesante. Se puede ir por la vida queriendo ganar altura a base de comprimir y reducir a los otros, o dando toda la talla que uno tenga. Se puede saludar a alguien con un buen gesto sincero, o mascullando por dentro. Elegir la mejor opción, cuando sea posible, no es fingir, ni traicionarse a sí mismo, sino mejorar el día. A escala personal, estoy seguro de que debe ser bueno para el hígado. Y, en grandes números, cuando entran los sumatorios y los algoritmos, seguro que los resultados cambian.
Cuando salgamos del confinamiento nos mezclaremos otra vez con mucha gente. Muy distinta. En cada círculo personal hay una representación del universo entero. Nos volveremos a rozar incesantemente. Cada ocasión es una anécdota, la suerte del mundo no se juega a cada instante: uno de mis planes nocturnos será desdramatizar, para así poder priorizar. Cuando todo es vital, cuando parece que cada lance es un penalti, nada es prioritario. Si, en cambio, aprendemos la lección de que no somos nadie, no somos casi nada, podríamos dedicarnos a lo que sabemos: a priorizar el pequeño placer de la alegría, la cercanía, la comprensión e incluso la compasión. No hay nada más ecológico que cuidar lo local. Los big data lo reflejarían.
Si es cierto que también padecíamos una pandemia de odio, de xenofobia, de aporofobia, de intolerancia, de codicia, de soberbia, de encapsulamiento, y si esos virus no van a acabar nunca, porque están en la naturaleza humana, no hay mejor barrera que la pugna, el forcejeo, empleando el virus rival: el virus de la empatía. Eso no tiene nada que ver con situarnos en el lado del bien, porque el bien no tiene lados, sino alturas, y aristas a medio pulir. Tampoco tiene que ver con el cobijo autocomplaciente. El virus de la empatía también sabe moverse en entornos de complejidad, y tiene vocación expansiva, reticular, y beligerante. Ninguna dosis es despreciable, porque el objetivo no es la santidad, sino las mayores cotas de alegría a nuestro alcance. Esto no es filosofía barata, porque no aspira a ser filosofía; pero sí es verdad que es un torpe eco de grandes ideas, a las que rindo tributo. Da rubor decirlo, pero es mejor lo bueno que lo malo, y en nuestra herencia cultural y genética, hay elementos que sirven para distinguir.
De día, habrá que activar la inteligencia, la habilidad, la estrategia, el método, la ciencia, los planos, el cálculo, los conceptos y los análisis económicos: para eso estamos. Todo es necesario, nada saldrá del todo bien, seguiremos siempre a medias de todo, pero no dejemos de pensar y de hacer planes también por las noches.
El eterno problema del mal y el bien, de lo bueno y lo malo, ¿quién desenredará la madeja? Hubo un Hombre enviado de Dios que se atrevió a “meterle mano” -perdón por la expresión coloquial- a enredada madeja. Se dijo de Él que “anduvo haciendo bienes” y más aún, Él era el Bien. Dejó multitud de ejemplos de bondad y nunca abrazó el mal, sino que lo denunció: el mal y los que lo practicaban. Dejó un listón muy alto para que podamos alcanzarlo y nos dejó el reto de hacerlo. Es bien conocido en nuestra cultura, aunque poco seguido. Algunos de sus postulados: “Ama a tu prójimo como a ti mismo”; “En lo que dependa de vosotros, estad en paz con todos”; “No seas vencido de lo malo, vence con el bien el mal”; “Estima a los demás como superiores a ti mismo”; “Perdona no siete veces, sino setenta veces siete”; “Ama a tus enemigos”; “Si tu enemigo tiene hambre, dale de comer, si tiene sed, dale de beber”. Y hay más, que si los enumeramos “no habría libros en el mundo para escribirlos”. Ciertamente el reto no es fácil, aunque es posible. Si Miguel, da rubor hablar de lo bueno, pero es lo mejor que nos queda, siguiendo el ejemplo de quien lo dio todo sin condiciones y sin “religión”. Gracias por el artículo y por la noche en vela.
Poético!!!
Amanece, que no es poco, porque allá donde hay sol, no hay noche, y viceversa… sea donde sea; aquí, como allí.
No existe gigante alguno real cuyo sistema sensitivo y cognitivo abarque los 360º del planeta. Mucho menos una humanidad solidaria que descargue la responsabilidad de uno en las antípodas del otro, o del otro de las antípodas…
Pensamiento en 360º, ni es poético, ni es pensamiento, ni es circular … ¿qué es?
La verdad, repito yo reiterativamente, es el campo de hojarascas donde la impostura se hace evidente. Allí donde el espejo maravilloso de la madrastra de Blancanieves se resquebraja en el cuento y resplandece la fea y verrugosa bruja varicator que lleva dentro.
En el universo real no hay noche, ni día. Sólo luz, o su ausencia. Por el contrario, en el mundo sublunar la oscuridad mental es la pandemia, no el COVID–19. Chomsky lo retrata bien, allá por ultramar … (1)…
Aquí, en el continente de los descubridores de antaño, la realidad lleva ya mucho tiempo pareciendo un detalle, algo secundario, mera tramoya del espectáculo ope legis; un accidente o un simulacro de la narrativa. Es decir, una mera excrecencia en el espejo de Blancanieves; una mancha de incongruencias fácilmente censurables o extirpables.
Así pues, la empatía del cuento de hoy, está limitada y es timorata, pues sólo alcanza entre «los nuestros»; aquellos que nos aplauden, nos temen, o nos lamen.
El mismo Chomsky reflejaba, hace ya tiempo, este fenómeno con dos términos antagónicos. Uno era el de la «víctima digna» (de nuestra compasión) y su contrario el de la «victima indigna»; los de las hojarascas de brumario, aquellos que no solo no merecen atención, sino que merecen la justicia arbitraria de nuestra sospecha, y censura.
Irónicamente el confinamiento reifica nuestra forma vincular más asfixiante, más conservadora (la del INQUISIDOR AISLADO), glorificado ahora en confinamiento familiar como dispositivo sanitario frente al contagio, salvo paseo (claro está), del chucho. Eso sí; con servidumbre, de cofia y bolsita, sobre sus necesidades… ¡Ironías de los mandarines Chinos!… ¿por qué no?…
Sin duda, es una de las mejores paradojas de esta pandemia; la caricatura de la soledad ad hominem del inquisidor aislado y confinado en su razón pura frente a cualquier exposición tóxica a la fertilidad de la contrastación o de la disidencia… Es la infección de la arrogancia autocomplaciente de los mismos con sus iguales… Son esos momentos deliciosos cuando el poder de la realidad supera la ficción del poder… La ilumina y la abrasa bajo su Sol.
Así pues, diríamos que lo paradójico de esta pandemia del COVID-19 es la propia asfixia metafísica del censor agonizante en su propio confinamiento de convicciones de conveniencia.
No en vano, tomar decisiones, o adoptar resoluciones, es algo más que tener ciertas convicciones, o creencias. También se trata de cómo actúas con ellas, y eso se ve en lo pequeño (la censura baladí, por ejemplo), tanto como en lo grande…
Así pues, el COVID–19 provoca también la infección retórica de la vieja narrativa, dulcemente pendenciera, donde se conjuga «supervivencia, hipocresía y resistencia», en este momento de innegable derrota moral.
La moral del cambio que nunca cambia; el del día que es noche que se desvanece en un presentismo agotado a medio camino de su propio confinamiento sepultado por la vigorosa fertilidad de la incertidumbre.
Esto es justo lo que estamos viendo con la pandemia del COVID–19; el desastre de la ortodoxia petulante, aquí y allí; en todo el planeta.
Esta es la moraleja; Censura tu oscuridad que la luz siempre está fuera.
¡¡¡Eppur si muove!!!
(1).- https://ctxt.es/es/20200401/Politica/31960/noam-chomsky-trump-sanidad-pandemia-mentiras-sociopatas.htm
Volver…, qué gran palabra ahora. Cuando se cierre este paréntesis y el mundo vuelva a rugir a sus anchas por esas calles ahora silenciosas, querido Miguel, volver será una pequeña, diminuta y a la vez enorme victoria.
¡OH!!!… Qué gran honor, nuestro censor tiene relé temporal; ora si, ora no. Ora enciendo la luz, ora apago la lámpara… ¿Qué maravilla!…
Es como la parábola del Buen samaritano a tiempo parcial; El Ying y el Yang del cristiano juzgador…
Antes del café; bueno de condición. Después del café; tirano de convicción.
De día Doctor Jekyll y de noche el honorable mister Hyde… Las dos caras de la Luna…
Los 360º… ¿es esa la moraleja del balcón?…
Busquemos en Camus… y salgamos de “La Peste”… Vallamos ahora al Verano de 1953; El Verano Invencible…
Este es mi «Camus»…:
«En el medio del odio me pareció que había dentro de mí un amor invencible.
En medio de las lágrimas, me pareció que había dentro de mi una sonrisa invencible.
En medio del caos, me pareció que había dentro de mi una calma invencible.
Me di cuenta, a pesar de todo, que en medio del invierno había dentro de mí un verano invencible.
Y eso me hace feliz.
Porque no importa lo duro que el mundo empuje en mi contra, dentro de mi, hay algo mejor empujando de vuelta.»
Desgraciadamente después de COVID, no estaremos mejor. Ni siquiera podremos «ajustar cuentas», «reamueblar», o «poner mejor orden»
La «nueva normalidad» que hoy queremos ver, dentro de poco se revelará como la tormenta perfecta.
El problema no es el COVID, nuestro mayor problema es nuestra hipocresía de 360º.
¡Eppur si muove!!!
Veo a mi Curro desenquisiado con esto de la pandemia , la mascarillasión , el multiministrismo ministrisma y le digo pero vamos sa ver, Curro, la enclaustrasión puede enriqueserte culturaldemente, pero no leas sa cuarquiera, y me dise tu sabes cariño que Walt Whitman y su “ Canto a mi mismo” me ayuda a conoserme y ratificarme en momentos de osio impuesto por eventos alarmasionales, mira lo que dise Walt:
“ Siempre el pañuelo que sostiene el mentón de los que mueren, siempre la caja que cobija el cadáver.
Aquí y allá los que caminan sin ver más que el dinero.
Los que se afanan en aplacar la gula de sus vientres.
Y los muchos que sudan arando o en la trilla y reciben en pago un salario ruin.
Mientras sólo unos pocos permanecen ociosos y reclaman el trigo con muchas exigencias.
Esta es la ciudad y yo soy uno de los ciudadanos.
Lo que interesa a los demás también me interesa a mi: política, guerras, comercio, prensa, escuelas.
Los innumerables hombrecillos con traje y con corbata.
Sé muy bien quienes son ( y no son, por supuesto, ni pulgas ni gusanos).
En ellos reconozco un duplicado mio, el más débil e inútil es como yo, inmortal.
Todo lo que hago y digo , también ellos lo harán y lo dirán.
Y cada pensamiento que me viene a la mente, también a ellos vendrá.
Mis versos devoran lo que encuentran, pero debo escribirlos.
Este canto mio no encierra palabras rutinarias. Interroga de pronto con preguntas lejanas y que todo lo acercan.
Sermones, credos , teologías, pero ¿ y el insondable cerebro de los hombres ?
La historia está repleta de santos y de sabios, pero ¿ y tú?
¿ Y qué es la razón ? ¿ Qué es el amor? ¿ Y qué es la vida?
Entonses, como yo conosco a mi Curro, le digo Curro en la pandemia sólo debes leer literatura culinaria y evasiva y argumentarios de jetas gurús , y no te castigues con la pregunta moralisiense de si er mundo va a cambiar o no con la pandemia, porque sabes perfestademente que el único cambio será transitorio y bajará el presio de los jurele y de la lensería fina y buena de las mujere que está por las nube, y entonses mi Curro sonríe ya sensuá y cambia las facsiones de su cara y me dise:
Qué suerte es podé tené
un cortijo con parrale,
pan, aseite, vino y lú,
medio millón de reale
y una mujé como tú.
Y ya lo veo sentrado, positivo y dispuesto a que sharlemo sobre la verdá sobre la imprudensia y la estupides liberoexpresiva de esta shusma que nos
gobierna en la pandemia, por dios ya.