De repente ese referendum griego irrumpe como una máquina de escribir Hispano-Olivetti en una oficina llena de computadoras de última generación. Alguien la ha sacado de un armario donde estaba cubierta con un paño, y los más jóvenes se asombran al ver semejante reliquia. ¡Un referendum! ¿Para qué, si las pantallas de los ordenadores ya dicen lo que hay que hacer? ¿Para qué ese burdo esfuerzo físico de colocar el folio con los calcos, engrasar barillas, arrastrar el cilindro, revisar el carrete, ajustar los topes para los márgenes y pulsar las teclas, si todo está ya escrito y almacenado en bites que circulan por la red a la velocidad de la luz?¿A cuento de qué un referendum, ese artefacto tan antiguo, con su campaña explicativa, con el censo, las urnas, el recuento, si los expertos y los mercados ya se han pronunciado y se ha transmitido el veredicto a todos los terminales del mundo?
¿Para qué la democracia de imprenta, si ahora el poder se designa a sí mismo?
La verdad es que es un planteamiento que ha descolocado a todos.
Cuestionar actuaciones siempre está bien, a Papandreu le va a costar carísimo.