La propuesta de Podemos al PSOE para presentar "candidaturas conjuntas" al Senado con el objetivo de impedir una nueva mayoría absoluta del Partido Popular en dicha Cámara habría tropezado con un factor de complejidad que no sé si fue expresamente considerado: que para el Senado tenemos, por fortuna, un sistema de listas abiertas. Así, por mucho que las organizaciones de los partidos acordasen una única lista de candidatos, conforme a un orden determinado, habrían de ser los electores quienes la convalidasen.
Nada habría podido asegurar, en efecto, que el votante socialista dejase en blanco la casilla del candidato a senador de Podemos o de IU, ni viceversa, como nada impide en la actualidad que uno no haga uso de los tres votos de que dispone, o que no vote al primero de la lista y sí al segundo, o que distribuya sus sufragios entre diferentes candidaturas, como yo mismo tengo por costumbre hacer. El encono que se prevé para la elección al Congreso de Diputados entre dichos partidos no parece un clima apropiado para suscitar ese voto verdaderamente transversal en el Senado. De ese modo, la obtención del resultado perseguido de concentración de voto para obtener tres de los cuatro senadores de cada provincia podría quedar comprometido por la razonable "rebeldía" de los electores que antepondrán sus preferencias a los consejos de los partidos que les piden el voto. Por más que la lista sea conjunta, sería probable que un porcentaje significativo de votantes de un partido desconfíe de los del otro y que finalmente la consecuencia fuese que redujeran su sufragio y votaran solamente al "suyo" para que, en caso de tener que repartirse sólo el cuarto puesto de senador, y no los tres primeros, cayera del lado propio.
Por la misma razón, sin embargo, el "no gracias" de Sánchez a dicha oferta de Podemos podría verse desbordado por el electorado. Como las listas son abiertas, nada impediría que Podemos propusiera a los ciudadanos el pacto rechazado por Sánchez: podría pedir a su propio electorado que su tercer voto lo asignase al primero de los candidatos socialistas, y al mismo tiempo dirigirse al votante socialista para pedirle que, si ve con simpatía el objetivo de evitar la más que previsible mayoría absoluta del Partido Popular, diera su tercer voto no al tercero de los socialistas (sin posibilidad real de resultar elegido) sino al primero de la lista de Podemos, IU y confluencias. Si esa oferta tampoco viene correspondida por los líderes del PSOE, resultaría arriesgada, pues sin duda podría suponer un beneficio para el PSOE sin contrapartidas, en particular en las provincias en las que el cuarto senador estuviese en disputa entre ambas formaciones. Pero en época de bloqueos y de inercias, la asunción de riesgos suele ser bien percibida por los electores, mucho más proclives que los mismos partidos a los ensayos y experimentos capaces de agitar las aguas del estanque. Sobre todo, si se advirtiera sinceridad en la propuesta, Podemos ganaría una abrumadora dosis de credibilidad en su discurso electoral sobre su prioridad de ganar al PP antes que de sobrepasar al PSOE, lo que, paradójicamente, podría ayudarle a obtener en el Congreso no la primera plaza, pero sí esa segunda que no carece de importancia.
by Ernesto L. Mena
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