Una cosa es la presencia fuerte del Estado democrático en la vida social persiguiendo objetivos que no puede asegurar la propia dinámica del mercado y la iniciativa privada, y otra bien distinta es la omnipresencia del discurso político, y peor aún del discurso partidista. En España tenemos poco de lo primero y mucho de lo segundo.
¿Tan importante es, por ejemplo, que el ministro Wert acuda o no acuda a la gala de los premios Goya del cine español? ¿Es que la Academia necesita el apoyo del ministro, o más bien ocurre que los españoles necesitamos hablar de los políticos? ¿No es verdad que hay mucha más gente que sabe que el ministro no acudió, que la que sabe el título de la película ganadora?
Así con tantas cosas. La noticia de un desfile militar es el abucheo al presidente del Gobierno. La cuestión del alcance de la justicia universal se despacha con un tópico dictado por un tercer espada. En Granada se organiza un certamen de poesía, y el problema acaba siendo que el Alcalde no deja intervenir a la Presidenta de la Junta, quien entonces excusa su asistencia-. Mueren unos inmigrantes en nuestra frontera y nos dedicamos a comparar discursos: qué se dijo hace dos años, qué se dice ahora. Cohortes de periodistas con micrófono en ristre persiguen el movimiento del político que inaugura o que clausura, pero se desinteresan de la tesis de un historiador o del experimento de un científico. No hay, por otra parte, cargo electo que no disponga de un gabinete de prensa para fabricar las noticias que convengan. Nos pasamos la vida mirando a los políticos, escuchando lo que se dicen unos a otros, lo que traman en su guerra particular, pero acabamos sabiendo poco de política, porque no nos creemos capaces de saber y comprender qué es mejor para organizar la salud pública, la escuela pública, el suministro de energía o el control de los alimentos. Nos fascinan las encuestas de intención de voto, consumimos con gusto esos gráficos de líneas rojas y azules que suben y bajan, tenemos una opinión contundente sobre cada uno de los líderes (quien nos gusta más, quien nos gusta menos), pero nos da pereza formarnos opinión sobre la política de conciertos educativos, la política de fronteras o la protección de las costas marítimas.
A mí me gusta presenciar un debate parlamentario, sigo con interés los procesos electorales, estoy atento a cómo en cada momento se promueven a conveniencia determinados dogmas y modas, no me da igual quién gobierna ni cómo se eligen las mayorías parlamentarias, pero me aburre que nos pasemos la vida despreciando tanto a la casta política como, en el fondo, adorándola. Es terrible, porque el riesgo es que la política acabe convertida en teatro.
Corto y pego este trozo con tu permiso: "No nos creemos capaces de saber y comprender qué es mejor para organizar la salud pública, la escuela pública, el suministro de energía o el control de los alimentos…"
Sí sé lo que es mejor en todos estos casos y aunque no sigo la política otros partidos anteriores lo tuvieron en cuenta. En España hay gente con muchísimo dinero y gente sin dinero alguno.
No se puede cobrar lo mismo a ambos, porque no pueden asumirlo con la misma tranquilidad. De esto me quejo.
En el fondo, de toda la política mundial, es de lo que siempre me quejo. Y más en este mundo encarado desde los mercados. Hay crisis, mucha crisis, pero los recursos del país hubiesen dado para otra forma más justa de hacer las cosas.
(Repito que no entiendo nada de política y nunca entenderé, pero buscaré siempre a quienes miren por los menos favorecidos económicamente en pro de una igualdad cada vez menos alcanzable)
Saludos
Gracias Begoña. Tu criterio es una muy buena brújula para orientarse…