Desde el principio sospechas lo que va a pasar. Pero el protagonista, Bruno (te enteras de que se llama así por la casualidad de un diálogo, casi al final), no lo sabe. O, quizás, no lo recuerda. Él habla de sus temores sobre el fin del mundo y de la espera de la llegada de Cecilia, su mujer. Acopia libros y alimentos, y prepara minuciosa, obsesivamente la casa para que Cecilia no perciba apenas diferencias entre el apartamento en Lisboa y el que dejaron en Nueva York: la disposición de los muebles, los cuadros, los espejos. Tanta semejanza hace que Bruno continuamente salte de Lisboa a Nueva York, y de Nueva York a Lisboa. El nexo de unión es Luria, la perra, su compañera durante los días de espera.
El lector se ve dentro de una circularidad centrípeta que pasa varias veces por los mismos bucles. Pero hay ventanas a Lisboa. Recorre sus calles, oye sus ruidos, se impregna de sus colores, avanza por calles sórdidas y por muelles luminosos, mira tejados, cielos, ropas tendidas, azulejos. Entran algunos personajes: Alexis, el "hombre para todo", que parece pagado por la web necesitounmarido.com, la mujer de la limpieza, el amigo neoyorkino. Entran también ecos de otros desconocidos, como el de los pasos de arriba o el bebé que llora. Sobre todo Ana Paula en la noche del eclipse de Luna, lo más luminoso de la claustrofóbica experiencia de la que Bruno no quiere salir . El tiempo se va perdiendo, porque Bruno empieza a no saber contarlo. Todo, entonces, es una sucesión de detalles infinitesimales, extraordinariamente dibujados por Muñoz Molina, en una narración continuamente marcada por la exactitud de las palabras, que no se ordenan según un antes y un después.
Hay un momento en el que Bruno se inquieta, porque en su desmemoria es capaz de sospechar que algo está fallando, que la aparente linealidad de los recuerdos puede estar escondiendo una elipsis, un agujero, un olvido. Todo un Océano Atlántico que separa Nueva York de Lisboa, pese a la esmerada mímesis entre las dos casas. Algo que sobra, algo que falta. Un contestador automático no desembalado. Algo que explica el contraste entre la brillantez de los días de Nueva York y la agonía cada vez más encapsulada de Lisboa. No es el fin del mundo. Es otra cosa que se le parece. Algo que está ahí desde el principio: "probablemente el fin del mundo ha empezado ya, pero aún parece estar lejos de aquí"
Y entonces suenan pasos en la escalera. Alguien sube.
"Tus pasos en la escalera" es una novela, ciertamente arriesga, sobre la disciplina de quién no sabe bien en qué se está empeñando. Sobre las repeticiones y las resonancias, la espera, la desmemoria y la depresión aferrada a rutinas y asomada a la ventana.
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