El éxito electoral de "Auténticos Finlandeses" es una manifestación más de una tendencia ya indisimulable: el sistema basado en un bipartidismo moderado, con alternancia entre un centro derecha y un centro izquierda que asumen el modelo constitucional y de Estado del bienestar (con unos matices y otros), está empezando a verse amenazado por "partidos" populistas (es decir, partidos que, cabalgando sobre los excesos de corrupción y sobre el descrédito de la política, y acompañado de medios de comunicación sensacionalistas, buscan el voto prometiendo satisfacción a pulsiones primarias que a su vez han sido inducidas y fomentadas en forma de miedo, inseguridad o nacionalismo).
Junto a los errores de la política "establecida", sobre los que mucho habría que reflexionar, hay que destacar también un elemento preocupante en este fenómeno: el discurso populista se caracteriza por su absoluto vacío moral. Han renunciado a los mínimos éticos que nos definieron en el siglo XX: respeto a los derechos individuales frente a la "eficacia", y respecto de las minorías frente a la dictadura del "nosotros". Lo único que ofrecen es "nación" y "seguridad". Es un discurso egoísta políticamente. El constitucionalismo del siglo XX fue un monumento a la ética política y ciudadana: las sociedades dieron lo mejor que tenían, y se pusieron de acuerdo en organizarse sobre un "suelo" constitucional lleno de valores morales (defensa del débil, protección de la dignidad de cada individuo frente al poder, autocontención en los medios de represión del delito, solidaridad social, integración social, etc.). Ahora volvemos al darwinismo social en la economía, y a la defensa del "nosotros", entendido no como un generoso paraguas plural y multicultural, sino como la defensa sin complejos de los intereses de quienes de momento se sienten mayoría.
PP y PSOE (sobre todo ellos) tienen la responsabilidad de impedir que en España el populismo invada las instituciones. No sé si todavía están a tiempo. Pero para ello es preciso, por un lado, defender lúcidamente los principios constitucionales de un Estado social y democrático de Derecho, con una labor pedagógica a la que parecen haber renunciado (el discurso populista no resiste un debate bien planteado); por otro lado, no buscar ni un solo voto haciendo concesiones a esa deriva populista; y por otro lado, conjurándose para mejorar la calidad de su política y de sus políticos: tolerancia cero con la corrupción, listas abiertas, vocación de servicio desde el poder, resistencia frente a los poderes financieros, negativa a coger los frutos de los árboles agitados por diarios sensacionalistas, y discursos críticos constructivos desde la oposición, sobre la base de un mínimo común denominador ético y moral expresamente asumido por todos.
Puede ser que el populismo sea un fenómeno histórico imparable; pero más que cabalgar sobre él, hay que enfrentarse a él, aunque cueste una derrota electoral. Lo contrario es inmoral.
…No se fuéron! los "bárbaros" siguen por aquí…!!
Ójala, todavia estemos a tiempo..,considero que unos más que otros los intentan,pero en esto debe haber consenso para que sea remedio, el famoso consenso, por favor!
"Los problemas importantes que enfrentamos, no pueden resolverse al mismo nivel de pensamiento que estabamos, cuando creamos esos problemas"
Albert Einstein.