Viernes por la tarde. La biblioteca de Huétor Santillán es pequeña y sin mucho glamour. O mejor, dicho, sin más glamour que los libros de sus estanterías y de sus mesas. Pero es una biblioteca viva. Mucho más que un depósito de libros: más bien un espacio de fomento de la lectura y otras actividades literarias. Es fácil pensar que eso se debe a María Ángeles, la directora de la biblioteca, alguien a quien apenas saludas ya sabes que está enamorada de su trabajo.
Un grupo de unas quince mujeres y dos hombres con magnífica relación entre sí han leído "Cuando siempre era verano", e iniciamos una larga conversación sobre esta novela. Las intervenciones son heterogéneas y tratan de eso que quien la ha escrito quiere escuchar y hablar: el ritmo, la secuencia, las palabras, los diálogos, las descripciones, los personajes, algunas escenas, los momentos en que la lectura cae y los momentos en los que se levanta. Dos horas charlando con personas a las que acababa de conocer de cosas que yo había escrito hace años en la intimidad de mis tardes y noches de verano.
Hablar con ellos de María Jacinta y su Alzheimer, de Genara y su protagonismo final, de la percepción de Anselmo Quintana como una persona del Régimen que sin embargo, pese a su marcada ideología franquista, es comprendido en su alma humana, del proceso de descubrimiento de su vocación de jesuita de su hijo mayor, del amor adolescente del profesor Zaldaña, de los detalles de un equipaje para iniciar el veraneo, del calor del verano, de la Granada perdida que apenas reconoce Anselmo cuando vuelve de viejo, de la partición de una herencia que es el desmembramiento triste de un paraíso, de la experiencia de gratitud hacia la propia estirpe, de la fuerza del cariño en una familia, de frases que han dejado pensando, o de una frase de catorce renglones sin un punto... ¿No es esto la máxima recompensa que puede recibir quien ha escrito una novela?
Con razón, luego, la empanadilla y las torrijas sabían a gloria.
Sus personajes se han instalado en nuestras vidas, de tal forma, que hoy hemos vuelto a hablar de ellos, al encontrarnos en la plaza del pueblo, después de las rutinarias compras del sábado por la mañana. Tanto, tanto que que a todos nos han traído nuestras propias familias, los lazos, la herencia sentimental … una novela tiernamente evocadora que invita a la lectura de su última obra “Casa Luna”..Gracias
Miguel tengo que agradecer que compartieras tu tiempo con nosotros. Ha sido una tarde fantástica, un lujo poder desgranar todos los detalles de tu novela a través de tus experiencias. Espero que nos podamos ver en algún otro acto literario y darte las gracias personalmente por la mención que haces a las torrijas de mi mujer. Un abrazo desde Huetor Santillán.
Por motivos familiares y muy en consonancia con la historia del libro, no pude asistir al encuentro en la biblioteca de Huétor Santillán. Había empezado la lectura del mismo unos días antes y me había atrapado el dominio del lenguaje en esas descripciones tan detalladas. Sí, yo fui la que me entretuve en contar las 14 líneas de una frase. Ahora acabo de leer la página 323 y he de decir que he disfrutado mucho en estos días de Semana Santa con su lectura. Yo no he pasado los veranos con mis primos pero sí hice algún que otro viaje a Barcelona y lo he recordado leyendo algunas líneas. La figura del tío Luis también me ha gustado mucho, soy maestra. Los mediodías tórridos del verano, con las ventanas cerradas a cal y canto fueron parte de mi infancia y juventud en mi pueblo. De tía María Jacinta no hablo, está a la orden del día. Podría seguir poniendo más cosas pero como bien dijo una compañera después de leer este artículo “ahora entiendo porqué yo no soy escritora” . Yo tampoco lo soy así que, aquí me paro y solamente quiero dar las gracias por las horas que he pasado con su lectura.
Gracias, M. Mercedes. Lástima no haber podido coincidir.
¡A la próxima!
Estimado profesor Pasquau:Nunca,hasta ahora,un libro ha removido y evocado sentimientos,emociones,pérdidas…como “Cuando siempre era verano”.En escenarios diferentes pero similares,con la atmósfera recordada y el resto imaginado o inventado.Supongo que el pertenecer a la generación de 1957 ha hecho que me vea reflejada en vivencias y actividades de los personajes que aparecen en el libro.Con gusto exquisito y sensibilidad extrema,ha conseguido atraparme en la trama.Le diré que he ido leyendo con avidez y,sin embargo,cuando las páginas restantes iban disminuyendo,las he ido administrando con el rigor que un niño administra sus últimos caramelos.Me ha quedado un sabor agridulce y multitud de enseñanzas,quizá aletargadas por el paso del tiempo y que hoy han vuelto a ser de plena actualidad en mi vida.¡ENHORABUENA!
María, no sabe la alegría que me da con esas palabras. Muchas gracias.