He elegido un momento del verano, reflejado en este vídeo casero, como palanca para reanudarme a mí mismo. La historia, completada con algo de imaginación, es poco trascendente, pero fascinante.
Ella es francesa. Tiene una voz educada con esmero en academias de canto. Seguramente forma parte de algún coro. Sabe modular su intensidad, sabe hacer giros, sucesiones, variaciones. Le gusta cantar y sabe cantar. Decidió hacer el Camino de Santiago, y el azar la llevó a alojarse en el albergue de peregrinos del viejo monasterio de Sobrado de los Monjes, perdido en el interior de la provincia de Lugo.
En el viejo monasterio cisterciense hay todavía una comunidad reducida de unos quince monjes. Ya no llenan el monasterio, ya se recluyen en dependencias bien acondicionadas, rezan en una capilla íntima, y reservan una parte de la edificación a hospedería para personas que buscan descanso o quizás una experiencia espiritual, como mi padre hace cuarenta años. El templo está abandonado, vacío, y apenas conserva el eco de los maitines y las vísperas de tantos siglos de gregoriano. Hay palomas, hay vidrieras rotas, hay piedra que resiste.
Ella visita la iglesia, quizás escucha el eco de sus pasos, la sonoridad del templo. Quizás se impresiona por el silencio de un templo que tanta música albergó. Y prueba. Y comprueba la prodigiosa sonoridad de su voz en el templo. Se sienta en el primer banco, y reza dos veces (¿quién dijo que cantar es rezar dos veces?). La casualidad me llevó a mí también, en ese momento, a ese templo. Primero pensé que era música ambiental dispensada desde un buen equipo, para darle vida a la visita turística. Pero pronto compruebo que la voz está viva, que sale de la chica que está sentada en el banco y va subiendo por las paredes, llegando a la cúpula, esparciéndose por los pilares, jugueteando con los arcos y las capillas laterales. Un templo acústico que es un lujo para ella, una voz que es un lujo para el templo. Un momento prodigioso que me hace sentir la importancia del eco. El eco de su voz, sobrepuesto al eco casi extinguido del canto de los monjes de tantos siglos. Y me conforta comprender que casi nada de lo que hacemos se hace en vano, porque los restos de un templo de repente reviven, como ascuas, y sirven de resonancia para una voz nueva que algún día también se extinguirá. Pero no hacen falta muchas palabras: es mejor oír su voz, por más que mi cámara no pudiera capturar la verdadera sonoridad de ese momento que bien vale un verano.
¡Es impresionante!!! El eco ha prolongado los armónicos que jugaban con su voz como si de varias voces se tratara. Esta es la magia del sonido: su resonancia. Gracias.
Muy bonito. Lo único que se echa de menos en medio del canto es el ruido instantáneo de las alas de una paloma que levanta el vuelo hacia el cielo.
" El Gallo" hablaba muy bien de Belmonte, sobre todo cuando éste no estaba delante.
– Fíjese si seremos amigos que hay veces que nos pasamos cinco horas juntos sin pronunciar palabra. No sé qué filósofo ha dicho – Juan lo sabrá, porque este se ha leído todo lo que se ha escrito en el mundo – que "amigos con quienes se pueda hablar hay muchos ", pero que "amigos con quienes se pueda estar callado hay pocos ". Juan y yo somos de los que pueden estar callados todo el tiempo que haga falta.
( "Juan Belmonte, Matador de Toros". Manuel Chaves Nogales. Alianza Editorial).
Este maravilloso episodio – contado por un genio que se sentaba con otro monstruo en la calle Sierpes de Sevilla y dejaban pasar el tiempo con gozosa lucidez – no puede reproducirse en un blog , porque en el blog o se habla (se escribe ) o todo es vacío. Bueno, o escribimos cada cinco horas los amigos aquí concurrentes.