Pero la lectura va a volver. Hay que perseverar: he comprendido que, además de un placer y una afición, la lectura tiene también algo de compromiso, y requiere una disciplina para restituir el hábito. Leer es recibir, pero también es guardar y transmitir: una idea, una historia, un gran sentimiento que un día fueron escritos, se multiplican tantas veces como son leídos, y así, si merece la pena, puede perdurar y transmitirse a otros, para no se sabe qué nuevos "giros". Cuando leemos (sobre todo cuando leemos con criterio) no sólo disfrutamos: también contribuimos a crear espacios protegidos (esperemos que extramuros de los monasterios), libres de la "peste" de la acedia
Stephen Greenblatt cuenta en "El giro" (Editorial Crítica, 2014) que durante siglos los monasterios fueron prácticamente las únicas instituciones que se habían preocupado por los libros. Derrumbado el imperio romano, cerradas las puertas de escuelas, bibliotecas y academias, sólo en los monasterios se seguía leyendo, y eso fue lo que permitió la conservación del patrimonio literario de los clásicos y su puesta a disposición para el "giro" decisivo del Renacimiento. "Se le obligará a leer", era la Regla nº 139 de los monasterios fundados por el santo copto Pacomio. Y en la orden benedictina se establecía para cada día un periodo dedicado a la lectura. Una lectura obligatoria y vigilada:
"Es necesario designar a uno o dos ancianos que recorran el monasterio durante las horas en que los hermanos están en la lectura. Su misión es observar si algún hermano, llevado de la acedia [acediosus], en vez de entregarse a la lectura, se da al ocio y a la charlatanería, con lo cual no solo se perjudica a sí mismo, sino que distrae a los demás".
Juan Casiano describía así al afectado por la acedia:
"Mira con ansiedad a su alrededor, aquí y allá, y suspira quejándose de que ningún hermano viene a verlo; entra y sale a menudo de su celda, y levanta la vista muchas veces al sol, como si tardara demasiado en ponerse, y de ese modo una especie de confusión absurda de la mente se apodera de él como una tiniebla repugnante".
Hoy día, el "acedioso" (el término no debe existir, el corrector lo marca en rojo) más que salir y entrar en la celda y levantar la vista al sol, suele mirar a la pantalla. La de la televisión, la del ordenador. Pero la consecuencia es la misma: una confusión absurda de la mente, una tiniebla repugnante...
Gracias por traernos lecturas de calidad a este blog. Impagable la descripción del monje acediosus: me ha arrancado una sonrisa. Y me ha recordado que poco hay de nuevo bajo el sol, que el género humano sigue haciendo los mismos recorridos por los siglos de los siglos…siempre luchado para no claudicar.
Pepa.