Vaticano, a pesar de todo.


Sigamos mirando al Vaticano.
No hace falta ser fidelísimo creyente para defender la existencia del Vaticano. Muchos cristianos abogan, desde hace décadas, por una Iglesia espiritualista e invertebrada, sin estructuras de poder y sin ortodoxia. Es verdad que tienen un argumento: el mismo Jesús del evangelio hizo lo que estuvo en su mano por liberar a Dios del Templo en que lo tenían encerrado, con su estructura de poder y su montaje financiero, para decir a los simples que Dios está a su disposición.
Sin embargo, por más que esté lleno de excesos, el Vaticano es una garantía. Si la Iglesia no tuviese una estructura visible el fenómeno religioso podría desparramarse en sectas y movimientos espiritualistas sin sujeción. La Iglesia no responde al modelo asociativo (en el que las decisiones fundamentales se toman por mayoría), sino al modelo Fundación (en el que existe una base no negociable del que cuidan los patronos, sin que una mayoría de simpatizantes pueda en cada momento histórico disponer a voluntad). Esto nos lleva de nuevo al valor de la ortodoxia: es verdad que limita progresos y avances, reprime audacias, margina a Franciscos de Asís y expulsa a Luteros, pero también nos previene de efervescencias carismáticas y de sectas poderosas. La constitución dogmática de la Iglesia está de momento formulada en la Lumen Gentium del Concilio Vaticano II, que es mucho mejor que el modelo de Iglesia en que se empeñan demasiados católicos hoy día. Una garantía.
Lo de volver a las fuentes, al inicio, y convertir la Iglesia en una comunidad informe alimentada sólo del Espíritu Santo, sin mediaciones, es un primitivisto anticultural: yo doy enorme valor a los veintiun siglos de continuidad de la historia de la Iglesia y, con todos sus defectos (otro día podremos enumerar algunos) prefiero que siga existiendo, pese a la podredumbre de las Curias.
Y es que justamente la historia de la Iglesia, y su ortodoxia, por más que uno no sea capaz de encajar intelectualmente entero en ella, es una garantía frente a las Curias de cada momento.
Los esqueletos son rígidos, pero dan cuerpo. Yo no sacaría ninguna pancarta que pidiese abandonar el recinto del Vaticano. No me siento obligado a comulgar con sus ruedas de molino, y me encantaría que cambiasen algunas de ellas, pero prefiero esa Iglesia jerárquica y algo anquilosada, a una religiosidad desbocada, sin límites ni conciencia histórica, en la que cualquier iluminado arrastrase a las masas hacia una nueva Iglesia sin pasado.
¿Volver al evangelio? Claro que sí, porque el evangelio es mejor que el código canónico. Pero no he conocido otro evangelio que el que me han traído veinte siglos de Iglesia. Esa es la pugna. Es cierto: la Iglesia no sólo ha de evangelizar, sino que contínuamente ha de evangelizarse.
Lo dice alguien que tiene especial inclinación a algunas heterodoxias: reparen, sin embargo, en que no hay heterodoxia sin ortodoxia. Y en esa lucha por abrir nuevos caminos pueden seguir reconociéndose muchos cristianos sin dar la espalda al Vaticano.

2 Respuestas

  1. Niquelado.

  2. Gotión

    Vaya, no le esperaba a Vd. por mi blog.- Su "fina ironía" me ha impresionado. Se nota que conoce Vd. bien el mundo facha.

    Saludos.- Gotión.

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