La operación Guaidó es una maniobra revolucionaria, esperemos que incruenta. Así se entendería mucho mejor: una parte, quizás mayoritaria, del pueblo, o al menos una parte con mucho más poder social que institucional, quiere romper el muro de un régimen que reprime la disidencia, que moviliza resortes institucionales bien controlados para mitigar su falta de apoyo electoral, que no está siendo capaz de gestionar la economía de un país en declive, y que ha desarrollado usos del poder demasiado parecidos al de un régimen autoritario. Sí, hay elecciones, pero si una mayoría electoral de 2/3 no se traduce en una capacidad de control del Presidente y demás instituciones nacionales, hay algo de "ilusorio" de esa democracia. Buena parte de los venezolanos se han convencido de que no existen vías constitucionales eficaces para derribar el madurismo, y han optado por vías de hecho. Como tantas veces ha ocurrido en la historia. Desbordamiento popular, y reconocimiento internacional. En esta tesitura, una de dos: o tienen éxito, y entonces habrá sido una revolución que inaugurará un nuevo Estado, o no lo tienen, y serán considerados delincuentes. Es algo así como "la vía eslovena", para entendernos.
La invocación del artículo 233 de la constitución es un argumento fantasma que sólo convence a quien lo que quiere de verdad es que la operación triunfe, es decir, la que busca un resultado. Pero es demasiado notorio que se trata de un juego a dos manos: una mano ha encontrado el apoyo de Estados Unidos y, en segunda línea, de la Unión Europea, y busca el apoyo del Ejército, que de momento se le niega: esa es la mano "revolucionaria", la que quiere dar un golpe de timón por la vía de hecho; la otra mano invoca la propia constitución para que no parezca un golpe ilegítimo apoyado desde fuera. Cierto que el régimen de Maduro también tiene esas mismas dos manos, porque todo indica que hace un uso espurio de los preceptos constitucionales para mantenerse en el poder a toda costa. Yo creo que el conflicto debería presentarse así, como una lucha a brazo partido por el control del Estado sin árbitros, ni marcos constitucionales. Invocar el supuesto del artículo 233 (asunción de la presidencia de la república por el presidente de la Asamblea Nacional en caso de "abandono del cargo" por el presidente electo) es una triquiñuela barata, una ocurrencia de asesor: no se puede invocar un abandono del cargo cuando lo que se denuncia es que el presidente se aferra al cargo o abusa de él. Añadir que hay abandono porque expiró su mandato y las últimas elecciones presidenciales son nulas por basarse en una especie de "constitución paralela" (la "bolivariana") requeriría un árbitro que así lo declarase, pero no se le da la voz al árbitro porque "está manejado por Maduro".
Pero el problema es justamente ese, que no hay un árbitro reconocido. Así, cada bando puede invocar fundamentos constitucionales contradictorios, y cualquiera de nosotros podrá pensar una cosa u otra sin que ninguna autoridad reconocida zanje la cuestión. Ese es el vacío institucional de Venezuela. Eso es lo que hace que se trate, ahora mismo, de un Estado fallido. Que sea por el abuso institucional del régimen, o que sea por un desbordamiento popular apoyado desde fuera, es una cuestión de "relato", y ello dependerá de quién gane la batalla. Y esa batalla requiere altas dosis de persuasión, de explicaciones, de imágenes, de discursos. Por eso en las radios, en las televisiones, en los periódicos y en Internet podemos encontrar denodados esfuerzos (en absoluto improvisados ni espontáneos) de unos y otros para convencernos de una cosa o de otra.
Yo entiendo todo mucho mejor si me lo presentan como una batalla a cara de perro. Me sobran, o mejor aún, me molestan unos absurdos argumentos constitucionales que lo único que hacen es generar la sensación de que las constituciones sólo sirven si los que de verdad "pueden", quieren que valgan. Entiendo mucho mejor a una amiga venezolana que me dice que si cayera Maduro todo estaría bien empleado porque ya no puede más, que a un "experto" entrevistado que quiere convencerme de que no se está haciendo nada más que intentar cumplir la constitución venezolana. Con la primera, empatizo; el segundo me parece un vendedor de enciclopedias, con todo el respeto para los vendedores ambulantes.
Espectacular análisis Amigo Pasquau
Resulta curioso el análisis de Guaidó el revolucionario mayoritario 2/3 contra Maduro el espurio minoritario 1/3 cuasi dictador y en medio el vacío institucional del Estado fallido.
Ya tenemos la sustancia del drama: ¡¡ Una mayoría es mayoría donde una minoría es la minoría!!
Todo lo demás es el atrezzo que disponga el relato por la vía del hecho que resuelve el dilema revolucionario/delincuente.
Mientras tanto, en el ambigú tiene lugar un entretenido juego de manos con calificativos aquí y allí donde a falta de certezas bien valen las indicaciones pues todo indica lo que indica est.
Es el debe frente al haber del supermercado de las convicciones.
Como la cosa se demora … saquemos el perro del supermercado y llevémoslo de paseo al campo por si cayera Maduro ya que el revolucionario Guaidó tan solo tiene contrato de actor secundario y los críticos del arte –los expertos–, tienen menos arte que ciencia y ciertamente venden menos enciclopedias que pipas en el bar del cine.
¿Qué tiene que ver esto con Fichte?….
¡Pues mucho!. … veamos:
La respuesta te la da Ludwig Tieck –hace ya mucho tiempo–, cuando el alemán llevó a la parrilla la teoría kantiana del sujeto tan querida, también, por tu gran amigo Fichte.
Tieck hablaba ya entonces de las disfunciones de las convicciones –o de la conciencia desgarrada–, describiendo aquella conciencia que asomándose al balcón salta al mundo para admirarse desde el jardín. Pero el jardín es tan peligroso que no encuentra garantía de seguridad alguna, sino más bien al contrario pues no distingue realidad de fantasía dado que todo indica lo que indica est.
Tieck lo dice mejor que yo: «el yo se “enroca” en el paisaje exterior –en realidad su jardín interior–, por él imaginado»
Se trata de una suerte de operación búmeran de redescubrimiento mediante el uso de dos herramientas contrapuestas. Por un lado, interviene la razón como terapia autoreflexiva para tomar conciencia de si misma, mientras que por otro lado interviene la locura que provoca el desfondamiento del jardín interior. Una especie de catástrofe doméstica que se produce con la pérdida del suelo firme en el que anclarse. Thomas Kuhn, le llama cambio de paradigma.
Se trata justo del tipo de «earthquake» que los juristas llamáis Revolución, o Rebelión al mismo tiempo que consagráis memoria a tu queridísima vitrina del TSJA para practicar el derecho del enemigo.
En este sentido tu análisis de Venezuela es, en mi opinión, un perfecto jardín recién podado que nada tiene que ver con el paisaje exterior de ese territorio castigado a fuego lento, pues visto, a mayor abundamiento, tu relato no es más que el relato de sofá que se autoreflexiona sobre sí mismo frente a un espejo, sin ni siquiera asomarte al balcón. No tiene historia, es un daguerrotipo vidrioso de buenos y malos, donde no están todos los que son, ni tampoco son todos los que están.
No voy yo a defender a Maduro, que para torpe ya se tiene él, pero si me preocupa una pregunta grande:
¿Leo y pienso, solamente para poder de nuevo pensar y leer, en tanto dure mi rastrera peregrinación hasta el borde de mi fosa, y me de a la tierra como alimento?…
Mi mejor respuesta es que el monstruo de Fichte solo vive y se alimenta en el jardín de los idealistas.
Nietzsche también lo decía mejor que yo; «yo no refuto los ideales, ante ellos simplemente, me pongo los guantes»
Nitimur in vetitum
Semper cupimusque negata;
Sic interdictis imminet aeger aquis
¡¡Eppur si muove!!!