Me gustan los días previos a la Semana Santa. Sobre todo cuando, como este año, es una Semana Santa tardía, de abril avanzado. Cuando era niño, la espera me resultaba insoportable. Ahora sé que la Semana Santa pasa en un soplido, tan rápidamente como cualquier otra semana, como ésta de vísperas. Pronto las calles adquirirán, en cada hora del lunes, del miércoles, del viernes santo, el aspecto, el aire propio que los define. "Hasta en los tejados se nota que es Jueves Santo", decía mi padre. Pues eso. Vendrán procesiones, multitudes, música, olores, tambores, imágenes de Cristos y Vírgenes incrustadas en esquinas, en calles estrechas, en plazas, en las puertas de las iglesias. Recorreremos los itinerarios de siempre de una calle a otra, encontrando recuerdos perdidos por aquí y por allí, devorándolos con la ansiedad de la nostalgia. Todo volverá a ocurrir, y pronto estaremos de vuelta.
Muy pronto habrá acabado todo. Por eso no tengo prisa de que todo empiece. Ya no tengo impaciencia porque la primera procesión asome por la puerta de la primera iglesia. Me gustan las procesiones, con su séquito de sensaciones apelmazadas desde la infancia mágica, la adolescencia enamoradiza, la juventud intensa, la madurez en la que "todo lo que no es tradición es plagio" (Eugenio d'Ors). Me gusta la mezcla de religiosidad y fiesta, en la que cada cual se sirve de lo que quiere: por aquí brota una oración a medias, por allí se recuerda al padre muerto, por aquí se charla con el amigo al que no se ha visto en todo el año, por allá se piensa que merece la pena el fondo cristiano de una tradición de la que uno forma parte. No sé si habría Semana Santa sin cristianismo, pero sí sé que no habría cristianismo sin Semana Santa: en ella está el punto dramático que hace que el evangelio no sea una poesía bonita, un cuento ingenioso, un relato light, sino una llamada a plantearse la vida en serio. Al fin y al cabo, lo que celebramos es que hubo alguien que decidió llegar hasta el final sin ahorrar su misma vida; que se gastó por los demás.
La luna avanza en cuarto creciente hacia el cuarto plenilunio del año. Pronto será otra vez menguante. No hay prisa. Me gusta el mes de abril.
A mí también me gusta el mes de abril y la semana santa no tanto, aunque después de leerte me gusta un poco más, le has dado cierto encanto que intentaré pillar al vuelo esta vez.
La clave está en la infancia, Claudia. Cuando algo te ha gustado en la infancia, te pasas la vida queriendo volver.
Saludos.
Me senti agobiada un poco cuando mencionaste tanta gente junta, soy muy sensible a los ruidos, prefiero estar sola frente al mar. Sin embargo, debo decirte que te admiro porque estoy trabajando desde que tengo memoria en aprender como tu lo has hecho a vivir el momento, a vivir cada cosa a su tiempo. Un abrazo.
A eso nunca se aprende lo suficiente, LokCordura.
Saludos.